viernes, 6 de abril de 2012

CASAS DE VECINOS – PATIOS CORDOBESES

CASAS DE VECINOS – PATIOS CORDOBESES
En el barrio de San Pedro, hermoso barrio cercano a la Mezquita y a todo el casco antiguo de Córdoba, Patrimonio de la Humanidad, arropado por el Guadalquivir a su paso por la ribera. Yo, me crié en una de tantas casas llamadas de vecinos,  por habitar en ellas varias familias, la mayoría de origen humilde, carentes de todo tipo de lujos y comodidades, como las que hoy disfrutan nuestros hijos. Pero si tengo que ser sincera y visto desde la distancia y la madurez que dan los años, creo que, mi niñez como la de tantos de mi generación, aún en la escasez, y en la total carencia de lo que ahora llamamos bienestar social, fue mucho más rica en experiencias, como pueden ser; vivir al aire libre, es decir en los patios, y también, por qué no, en la calle, y no por dejadez de nuestros padres, si no porque tuvimos la gran suerte de conocer nuestros barrios sin apenas tráfico, por no decir ninguno, de tal manera que nuestras madres estaban muy tranquilas cuando jugábamos en las puertas de las casas, pues lo máximo que nos podía pasar era alguna torcedura de tobillo, al saltar a la comba, magulladuras en las rodillas al caernos, y como no, alguna “ escalabraura” como se decía, bien por caídas o por alguna pedrada. De ahí la tranquilidad de las madres.

El primer patio de mi casa, se iba estrechando hasta llegar a la entrada del segundo y principal. En esa especie de puerta de entrada, entre uno y otro patio, a ambos lados de la pared había unas fotografías muy antiguas de la virgen y un sagrado corazón de Jesús. Ambas estaban en una especie de hornacina protegidas por  un cristal, por lo que se conservaban bastante bien. Nunca supimos el significado de aquellas imágenes, posiblemente un capricho del primer dueño de la casa. Llegados a este punto ya en el patio mayor y principal, dando unos pasos a la derecha entramos en el “patinillo”, un patio mucho más pequeño donde se encontraba la gran cocina comunitaria, con varios fogones y poyetes, todos de ladrillo rojo, Cada familia tenía una parte de poyete y un fogón. A la derecha de la cocina estaba el pozo, del que nos abastecíamos para todas las tareas de la casa, menos para beber. En el pozo había dejado caer mi padre, gran pescador, algunos peces, que vivían allí y que podíamos ver por las mañanas cuando un rayo de sol entraba por un rato en la pared del pozo, ayudándonos de un espejo, el sol reflejaba la luz en el fondo, y podíamos verlos moverse inquietos intuyendo nuestra intromisión en su habitat, unas aguas super transparentes. La cocina, el pozo, y también la gran pila de piedra  estaban delante del brocal, cubiertos por techos de gruesas vigas y tejados de teja árabe. Tan propia de nuestra querida Córdoba.

Cada familia, tenía también un día para lavar la ropa en la enorme pila de piedra, con el lavadero tallado en ella. El lavado suponía un gran esfuerzo, primero hacían falta muchos litros de agua para llenarla,  todo el ejercicio era de brazos, primero para sacar el agua del pozo, y luego para restregar y restregar la ropa en el lavadero, una y otra vez hasta sacarle la suciedad, con un buen jabón casero. Después estrujar y enjuagar unas cuantas veces más para a continuación tenderla al sol, con un nuevo ejercicio de brazos. Si a eso le añadimos el fregado de los suelos de ladrillo rojo, de rodillas y estirándose al máximo, para abarcar un trozo de suelo mayor y acabar cuanto antes. El barrido y regado de los patios de piedras no era menos laborioso. Como veis el esfuerzo era notable, si bien es verdad que estos ejercicios mantenían en plena forma a las mujeres. Ahora sería el equivalente a algunos ejercicios de “yoga” o “pilates” últimamente tan en boga.

En mi casa como en tantas otras, en primavera se abría la puerta de entrada para que el transeúnte que pasara pudiera disfrutar de la contemplación de los patios, el de entrada y el principal. Era todo un espectáculo de diverso colorido y distintas fragancias. El contraste del blanco de las paredes encaladas, con el verde de las plantas, y las flores, que abarcaban toda la gama de colores, el conjunto era un magnifico cuadro impresionista. La gente se paraba y algunos pedían permiso para entrar, permiso que lógicamente se le otorgaba gustosamente, por parte de cualquier vecino que pasara en ese momento.

En mi casa estaban prácticamente todas las flores más comunes, desde la más sencilla “margarita”, a la más delicada “azucena”, la “celinda” de flores blancas y delicioso olor, aunque de floración efímera. El “jazmín azul”, llamado también “celestina”, plumbago”, o “azulina”, este  llenaba gran parte del patio de entrada, era muy vistoso por su gran floración. En los arriates del suelo estaban los “geranios”, los “pericones”, los variados “rosales” entre ellos algunos trepadores de los llamados “de pitiminí”, los “donpedros”, “palmiras”, “pensamientos”, las “violetas”, de delicada fragancia, estas eran las preferidas de mi madre, los “zarcillos de la reina”, y los “jacintos”,  En los rincones más sombreados estaban las “aspidistras”, las “hortensias” y los “helechos”, y  alguna que otra planta de sombra como la “costilla de Adán”. En el centro del patio una bonita “palmera”. Todas esas plantas estaban bajo el palio de una hermosa “parra”, que les daba su acogedora y fresca sombra, en los días más calurosos del famoso por sus calores, “verano cordobés”.

También en un arríate del patio de la entrada había una “dama de noche”, que justo al anochecer iba abriendo sus ramilletes de diminutas florecillas blancas, deleitándonos con su intenso perfume. No me puedo olvidar de mi preferido; el “jazmín”. Al atardecer le desprendíamos con sumo cuidado los pequeños capullos aún cerrados y los prendíamos por su tallo en un alambre, al que previamente habíamos doblado una punta, pinchándole un pequeño trozo de cartón para que no se salieran. Por la noche los pequeños capullos iban abriéndose dejando paso a unas florecillas de un blanco inmaculado que desprendían un finísimo aroma. Los novios se lo regalaban a sus novias cuando paseando por las calles se encontraban algunas vendedoras. Las mujeres se los ponían en el pelo o en el pecho, pero a la hora de irse a dormir lo depositaban en la mesita de noche, impregnando toda la alcoba con tan delicioso perfume.

Las gitanillas siempre estaban en macetas colgadas de las paredes. Las había de todos los colores, y en abril y mayo lucían en todo su esplendor. El regar las macetas colgadas era todo un arte, ya que algunas estaban a una altura considerable. Se utilizaba para ello una caña larga, a la que en su extremo superior se le sujetaba una lata basculante con una cuerda, que hacía las veces de cazo, su trabajo costaba que el contenido de la lata llegase a su destino –la maceta-. Era muy divertido, pues las primeras veces se derramaba más que se vertía, y había que repetir una y otra vez con el consiguiente jolgorio de los que en ese momento estuviesen mirando. Con el tiempo llegué  a ser una experta. Algo que ocurría con mucha frecuencia era que al echar el agua en las macetas, de algunas salían a estampida las “salamanquesas” y “lagartijas”, que estaban detrás de ellas. Por la noche las podíamos contemplar, muy cerca de la bombilla que alumbraba los dos patios, dándose un banquete con los mosquitos que acudían a la luz, esa colaboración era su salvoconducto para su supervivencia.

En los veranos, Antoñita, la mujer de mi primo Manolo, se sentaba en el patio a trabajar en el precioso arte de la filigrana. La recuerdo sentada en su silla delante de una pequeña mesa rectangular, de tablero grueso, con la altura adecuada al trabajo que en ella se realizaba. Es uno de los trabajos más bonitos y delicados de la platería cordobesa. Yo me quedaba embelesada, y no me cansaba de mirar una y otra vez. Seguía con la vista el camino de aquellos finísimos hilos de plata que se iban deslizando entre los dedos de las expertas manos de mi prima, a una velocidad de vértigo. Con la mano derecha sujetaba una pinza terminada en una punta muy fina, que era la única herramienta que usaba, mientras que con la mano izquierda sujetaba la pieza que iba rellenando magistralmente de bellos dibujos (aquello era magia para mí). Y no digamos cuando veía las piezas terminadas; cofres, abanicos, pendientes, rosarios, broches, etc… Todavía conservo el rosario que ella me regaló para mi comunión. Después he sabido que el arte de la filigrana la difundieron los árabes, siendo Córdoba una de las ciudades que más tradición tiene. Podemos ver y comprar estas maravillas en las tiendas de “souvenir”, en los alrededores de la Mezquita.

En el fondo del patio separado por una puerta estaba el corralón, era un sitio terrizo que servía para todo, lo que llamaríamos ahora un “multiusos” pues allí hacia mi padre la mezcla para arreglar las viejas paredes, y las goteras de los tejados. La candela donde quemaba los trastos viejos, y que tanto nos gustaba contemplar a los niños de la casa. En el corralón estaba también el gallinero y las conejeras, todas construidas artesanalmente por mi padre, con tablas usadas y tela  metálica. Mi padre era un genio del bricolaje, aunque esa palabra no la conocíamos en ese tiempo. El gallinero era bastante grande, había gallinas blancas, negras, grises, jaspeadas siempre custodiadas por un hermoso gallo, cual sultán en un harén. Los hubo también de distintos colores, pero mi preferido, el más hermoso y elegante, era el de tonos rojizos y calderas, las plumas del cuello y cola de color verde esmeralda y azul cobalto, y una hermosa cresta escarlata. Tenía el “sultán” un porte impresionante. Algunas veces mi madre me dejaba entrar a recoger los huevos recién puestos, los acariciaba y podía sentir su calor, era bastante agradable, igual que coger a las crías de los animales, por suerte no todas nacían a la vez, y todos los niños de la casa podíamos disfrutar continuamente de ese placer. Unas veces eran la conejas, otras las gallinas, o las gatas, y perras y como no los pájaros, ¡ah! me olvidaba tuvimos también una familia de patos, bastante agresivos por cierto, nos gustaba verlos bañarse en la pileta de cemento que le hizo mi padre.

Nuestros niños y nietos tienen muchos juguetes y peluches de todos los tamaños, que los aprietas,  hablan, o tienen música, pero no comen, no beben, no te miran, no se acurrucan cuando los coges y abrazas hasta que se duermen, ni pueden sentir la calidez de sus pequeños cuerpecitos, ni los latidos de sus pequeños corazones. Era increíble la ternura que nos producían aquellos cachorros y los ratos tan agradables que nos hacían pasar. No cabe duda que eran los mejores peluches que un niño pudiera tener. Allí estaba también el pequeño huerto de mi padre; tomates, pimientos, judías verdes, calabacines, berenjenas, hierba buena, perejil, romero, y un precioso ciruelo.

Un capítulo interesante era el aseo personal. Acostumbrados como estamos en estos tiempos a abrir solamente el grifo, y ya tenemos el agua a la temperatura adecuada.  A la gente joven le parecerá chocante, por no decir tercermundista, y sin embargo, no sólo no era tan grave, si no que era sumamente agradable, tengo muy gratos recuerdos. En verano, mi madre llenaba un baño con agua del pozo y lo ponía al sol en el corralón durante unas horas, cuando pasaba la siesta ya era la hora del baño, y os puedo asegurar que el agua estaba a la temperatura perfecta para un buen baño relajante. Pero no menos agradable era el baño en invierno, éste se hacía en la habitación que tuviera más espacio. Mi madre ponía una olla grande en la candela, cuando a punto de hervir la vaciaba en el baño, añadiendo agua fría hasta conseguir la temperatura adecuada. Todavía puedo sentir el olor tan agradable y duradero que dejaba en mi cuerpo, el jabón “Heno de Pravia” con el que me enjabonaba mi madre. Ella tenía la costumbre de calentar la ropa interior en el brasero, sobre unas enjugaderas de mimbre, los días de mucho frío, y además de calentita estaba perfumada, pues mi madre se encargaba de echar sobre las brasas un puñado de alhucema, nombre árabe, también llamada Espliego o Lavanda. Cuando salía del agua con las yemas de los dedos arrugaditas, y ella me secaba amorosamente, como sólo una madre sabe hacerlo,  me ponía la ropa caliente e impregnada de aquel olor tan agradable que ha perdurado a través del tiempo. Esos momentos para una niña, eran mágicos y tiernos, y ahora con el paso del tiempo, es uno de mis mejores recuerdos.


En los patios era habitual  que en las noches de verano los vecinos después de la cena se sentaran en el patio, donde se entablaban conversaciones de todo tipo, eran las tertulias más amenas y relajantes, que he escuchado nunca. Bajo un cielo estrellado como no podemos verlo ahora, el olor del  Jazmín y de la  Dama de Noche, el ambiente era inigualable. Eran noches perfumadas, noches con un encanto especial, noches con embrujo. Córdoba entera tiene eso que llamamos duende.

 Podría seguir y seguir recordando tantos y tantos gratos momentos, pero no podemos usar más espacio para participar. Esto es solo una pequeña muestra de una forma de vida. Que dedico en recuerdo de mis queridos padres por enseñarme tantas cosas.

jueves, 8 de diciembre de 2011

CONCHA, MI MADRE.

Creo que es hora de dedicarle unas líneas a mi madre, esa mujer  que tanto me dio y de la que tanto aprendí. Mujer sencilla, pero de buenas maneras y facciones  agraciadas, dulce y suaves, de mediana estatura. Mi madre era una mujer extraordinariamente sensata e inteligente.

Nació en 1915 en Nerva (Huelva), su padre trabajaba en las minas de Río Tinto cuando la famosa huelga de 1920, que empezó en enero, tuvo varias etapas intensas, pero la más virulenta tuvo lugar entre agosto y septiembre, finalizando en enero del 1921, fue seguida por más de once mil trabajadores, creo que fue una de las más dramáticas y feroces - quizás la que más- de este país. Huelva acogió a cientos de niños y madres lactantes, donde eran atendidos en comedores especiales creados expresamente para tan cruenta situación. Otros ayuntamientos y particulares colaboraban con donativos, pero la situación llegó a ser tan tremenda que toda España se hizo eco del gravísimo problema y más de tres mil niños fueron acogidos por cientos de familias que generosamente se habían ofrecido a través de los intermediarios, que a su vez eran voluntarios.

El escritor Cobos Wilking, en su novela “El corazón de la Tierra”, retrata a la perfección un trozo de la historia de la cuenca minera de Río Tinto, anterior a la citada huelga de 1920, los hechos citados ocurrieron en la última década del siglo XIX, donde cientos de personas fueron vilmente asesinadas, crímenes que fueron ocultados durante muchos años a la opinión pública. Realmente fue una masacre consentida por los políticos, siempre a favor del poderoso, ya que fueron participantes activos de los terribles asesinatos. Las gentes que por su cercanía se enteraron de los terribles acontecimientos y los bautizaron con el nombre del “Año de los tiros”.

Mi madre como tantos otros niños, fue separada de su familia, con tan solo cinco años,  imagino lo traumático de la situación, a pesar de eso tuvo suerte -entre comillas-, de ser acogida por un matrimonio cordobés sin hijos y de buena posición. Estos eran los encargados de una de las tabernas de la Sociedad de Plateros que estaba ubicada en la calleja Munda, posteriormente pasaron a regentar la de la calle San Francisco, donde prácticamente se crió mi madre hasta su casamiento. Seguramente no olvidó nunca sus raíces, pero sé que fue muy feliz con esa familia de clase media que la criaron como propia sin faltarle de nada incluyendo una buena educación. Nunca he sabido que pasó con sus padres biológicos ¿qué ocurrió cuando terminó la huelga y la hambruna, que desgraciadamente vivieron miles de personas y todo volviera a la normalidad?, aunque la normalidad no dejaba de ser miseria y penuria ¿Pero por qué sus padres no la reclamaron? Realmente no lo sé, ni siquiera sé si mi madre sabía algo que no nos contó nunca, pues no le gustaba hablar del tema, se ve que aún le producía dolor. Separar a una niña con cinco años de sus padres y familiares, tuvo que ser traumático, debió de sentir un desarraigo tremendo, y difícil de superar.

Creo recordar, en los gastados vericuetos de mi mente en algún rinconcito muy lejano el haber oído siendo yo muy pequeña, algo de que su padre emigro, pero nunca supimos si fue solo o con el resto de la familia.

Otra cosa que pudo pasar es que su madre biológica, con su familia desmembrada, y sin posibles, o bien pudo morir de pena, o sabiendo que la niña estaba siendo criada en un estatus que no se podía comparar a lo que ellos podían ofrecerle, es posible que voluntariamente renunciaran a ella en beneficio de la niña. Sin duda un sacrificio que debió costarle la salud, pero sólo son suposiciones.

Mi madre jugaba y frecuentaba el museo de Julio Romero de Torres pues era amiga de las hermanas de este, dada la cercanía con su casa, y porque también ellos, la familia Romero Barros frecuentaba la taberna, donde tanto el vino como la comida era de excelente calidad según nos contaba mi madre.

Conoció y sufrió, la guerra “incivil”. A veces nos contaba anécdotas vividas, en la propia casa, que como he dicho antes era la Sociedad de Plateros, taberna muy concurrida por los vecinos de los alrededores, que en ella estaban tranquilamente tomándose un vino con los amigos, cuando de pronto entraban los fascistas y se llevaban a algunos hombres, ante el pánico de todos los presentes pues ya sabían, que al que se llevaban no volverían  verlo nunca más.

También recuerdo que nos contaba como ella y su padre escondían libros -que según el reciente régimen eran perniciosos-, en una cornisa que había en la azotea de la casa. La familia sufrieron muchas pérdidas de buenos amigos, que ningún mal habían hecho, solo pensar en libertad. ¡Qué gran crimen verdad?.

Mi madre fue una gran mujer en todos los sentidos, extraordinariamente fuerte, que supo afrontar los graves problemas de escasez en tiempos de la posguerra, con entereza y dignidad. Por desgracia los padres adoptivos, murieron  jóvenes, apenas mi madre llevaba un par de años de casada, en el intervalo de un mes, perdió a los dos -decían, que ella murió de amor- ellos que estaban en buena situación hubieran sido el sostén, y la fuerza, que a mi madre le faltó. Por segunda vez mi madre vivió la tragedia, y no solo en la perdida de sus dos seres más queridos, comprobó y sufrió, por primera vez la maldad y la ambición de la gente. La familia de los padres adoptivos, una vez muertos estos tan inesperadamente, y sin haber dejado testamento hecho, entraron a destajo en la casa y se quedaron con todo lo habido y por haber, ropas, joyas, muebles, todo el patrimonio, que de haber dejado testamento habrían dejado a la que consideraban su hija. Mi madre se quedo sin nada, cuando más lo necesitaba pues fueron tiempos duros.

Pese a los malos tragos por los que la vida la puso a prueba, tenía una entereza fuera de lo común. Jamás escuche a mi madre, quejarse de nada, y eso que pasaron bastantes apuros económicos, ni la escuche decir una palabra mal sonante,  ni criticar a nadie, tampoco era persona de recrearse en su desgracia, la aceptaba con la elegancia que le daba  la buena educación que había recibido.

El primer hijo que tuvo, fue otro duro golpe, pues la cría se asfixió antes de nacer y la hermosa niña nació muerta.  En aquella  época se paría en las casas, solo con la ayuda de la matrona, sin ninguno de  los modernos métodos de hoy día. Seguía la racha de mala suerte. Un año después nació mi hermano Antonio, al siguiente, tuvieron el segundo, otro varón al que le pusieron Rafael, cinco años más tarde nací yo,  y cinco después mi hermano el menor José. Pero me consta que entre medias hubo abortos, no sé si naturales o provocados. No eran años propicios para tener muchos hijos. Pese a que carecíamos de muchas cosas, tuvimos una infancia feliz.

Mi madre era una lectora empedernida, la recuerdo por las noches con la poca luz que daban aquellas primeras bombillas de luz mortecina, se quedaba leyendo hasta las tantas de la noche, el gusto por la lectura lo adquirió de sus padres que además tenían una buena biblioteca, después se tenía que conformar con lo que le prestaban.

El buen arte de la cocina lo adquirió de su madre, al igual que yo de la mía, al parecer la abuela era una excelente cocinera, -aunque no creo que lo fuera más que ella- no he conocido a nadie que guise también como lo hacia mi madre, ni siquiera yo que aprendí de ella. Mi madre hacia del plato más sencillo un verdadero manjar, las humildes verduras que algunas veces mi padre le traía del campo las convertía en algo suculento, por ejemplo unas “vinagreras” para el que no las conozca eran como las espinacas pero mucho mejores, yo siempre escuchaba decir que -eran mucho más finas-.  Las croquetas de carne o de pescada, las albóndigas de bacalao, las setas de álamo que mi padre le traía del campo, esas no las he vuelto a comer pero tengo su sabor grabado en la mente. Dios mío, dejare de mentar las comidas de mi madre porque se me está haciendo la boca agua y también porque la lista sería interminable.

Mi madre fue una mujer como he dicho al principio, muy inteligente, educada, sensata, prudente, poco habladora,  pero cuando tenía que decir algo lo decía tan bien que dejaba a todos con la boca abierta, recuerdo haber oído más de una vez decir a algún vecino -leche con Concha que bien sabe defenderse- también tenía un don especial con los números, sin necesidad de lápiz hacia cualquier cuenta mentalmente en unos segundos. Era muy difícil que alguien la engañara en las cuentas, los que vendían a cuenta por aquella época tenían la tendencia a escurrírsele el lápiz más de la cuenta, como la mayoría de la gente humilde, no sabían ni poco ni mucho, pues los tenderos sin escrúpulos abusaban de ellas poniendo números de más, pero con mi madre no podían ella les paraba los pies y les demostraba que la cuenta no era la correcta, teniendo que disculparse ante ella, a ese ya no se le ocurría tratar de engañarla nunca más.

Recuerdo que enfrente de mi casa vivía una prestamista o usurera “mujer que prestaba dinero” para pagar poco a poco, con un buen recargo -igual que los bancos-  en más de una ocasión mi madre tuvo que recurrir a ella, esta sabía muy bien que mi madre llevaba  las cuentas a la vez y que era imposible engañarla.

Años difíciles los que le toco vivir, y con qué dignidad los supo llevar en silencio, sin darle tres cuartos al pregonero, si tenía o no era su problema, salía adelante con lo que podía, pero un plato caliente siempre había, con unas simples patatas te chupabas los dedos, o con unas sopas de ajo, o de cebolla, comidas de pobres que al pasar por las manos de mi madre se convertían en manjares exquisitos.

La vida no fue, dadivosa con ella, muy al contrario, hasta le escatimo la salud, tanto, tanto, que murió aún joven, con los años que yo cumpliré en Marzo, sesenta y cuatro, y ni tan siquiera pudo disfrutar de la lectura en sus últimos años pues el “azúcar” la dejo casi ciega. Pienso en todo lo que se perdió, en la cantidad de cosas que ahora podría disfrutar, por ejemplo; para ella el tener toda una biblioteca a su disposición hubiera sido el no va más.

Cuando murió mi madre, tuve la sensación de no haber hecho por ella lo suficiente, sentí que debía de haberla mimado mucho más, no solo por ser mi madre sino porque la vida la trató mal, pero cuando te das cuenta ya es demasiado tarde. Seguramente es algo que nos pasa a todos al perder a los seres queridos, es el sentimiento de culpa que nos invade, aun a sabiendas de haberlo hecho bien  pensamos que no ha sido suficiente.

Los años me han hecho comprender la gran persona que fue mi madre en todos los sentidos, yo diría una heroína como muchas mujeres anónimas a las que la sociedad nunca les reconoce su valía y aporte a la comunidad. Valga pues, este humilde homenaje no solo a mi madre sino a todas aquellas mujeres que vivieron unos años de miseria en la guerra y posguerra, y supieron mantener a sus familias unidas contra viento y marea. De sus sufrimientos y sacrificios nadie habló, solo quedaron para ellas, entraba dentro de su intimidad, y murieron con ellos.

 Concha mi madre, fue una gran mujer.

Y para mí un verdadero orgullo ser su hija.


viernes, 25 de noviembre de 2011

DE RELIGIÓN “CRISTIANA”.

Como a la gran mayoría, nadie me pidió permiso para hacerme cristiana, entre otras cosas porque no tenía edad para comprender, simplemente me hicieron “cristiana”, como hacían con todos los niños a los pocos días de nacer. En esa época como en tantas otras, era lo que tocaba. Durante la Republica, únicos años en los que las familias podían bautizar o no a los hijos, se podían divorciar o no los que quisieran, no se perseguía a los homosexuales, entre otras muchas cosas beneficiosas para la ciudadanía, no en balde era la más avanzada de Europa, pero tuvimos la mala suerte de que durara tan poco, gracias a los de siempre a los intolerantes, retrocedimos en el tiempo y en la modernidad democrática. Todo volvió a ser como antes, tanto para los creyentes como para los no creyentes, era obligatorio bautizar, a todos los niños a los pocos días de nacer, yo recuerdo que era costumbre, que la mujer recién parida no saliera a la calle con su hijo, hasta que este estuviese bautizado. Las cosas cambiaron ya entrada la democracia.

Han pasado muchos años y seguimos haciéndolo, nosotros a nuestros hijos y ellos a su vez a los suyos, por inercia, por costumbre, o en algunos casos por no dar un disgusto a los padres o abuelos, es algo absurdo, cuando no se tiene eso que se llamaba y se llama, verdadera fe, o lo que es lo mismo “fe ciega” que no era otra cosa que un invento para que los individuos no nos cuestionáramos, multitud de contradicciones que la misma biblia tiene. No en vano la escribieron los hombres, y hay variedad de versiones.

De todas formas, tengo que reconocer que hay curas que tienen los pies en la tierra, y saben que no es mejor persona, quien va mucho a misa o frecuenta la Iglesia en demasía, es mucho más sano ser mejor persona, que un beato hipócrita.

Empecé a ir al colegio a los cinco años, colegio del Estado, solo para niñas, los niños iban a otro solo para chicos, era lo que había. Dirigido solo por profesoras, o maestras, como se decía en mi época, el problema es que estaba super controlado por la Iglesia. Yo no podía elegir si quería o no, ir a misa, si quería o no, aprender el catecismo, si me apetecía o no, rezar el rosario todas las tardes en el colegio, perdiendo nuestro tiempo en algo que ya sabíamos de memoria. Tiempo con el que podíamos haber aprendido muchas cosas más útiles para nuestra formación. No pudo ser.

Ni que decir tiene, que ni mis padres ni los de los demás niños, tampoco podían decidir si querían aquella comedura de coco para sus hijos, posiblemente muchos estarían encantados, pero no era el caso de los míos, afortunadamente. En mi casa se hablaba de política y de las muchas barbaridades que se habían cometido en la guerra y en la posguerra, y de como la Iglesia se puso del lado de los que vulneraron la legalidad instituida por el pueblo soberano, cierto que también hubo curas que no secundaron la vergonzosa actuación de la Iglesia oficial, e incluso ayudaron dentro de sus posibilidades, pero estos eran una minoría, y eran absorbidos por el poder de la Iglesia que era insalvable. Tampoco los maestros y maestras podían elegir, si querían dar religión, era si, o si. Si alguna tenía o no, otras ideas más progresistas, se las tenían que callar, guardar para sí, o sólo hablarlas en círculos muy cercanos o afines.

Solamente “Lutero” teólogo alemán, en el siglo XVI, se atrevió a discrepar abiertamente de la Iglesia, enfrentándose a la jerarquía, de una Iglesia que no tenía el menor escrúpulo en cobrar “bulas” e “Indulgencias” con el pretexto de recaudar fondos para la construcción del “Vaticano” y la basílica de “San Pedro”, algo que a Lutero le parecía inmoral, y no cabe duda de que lo era. Lutero se inspiro en las tesis de Erasmo de Rotterdan —por cierto hijo bastardo de un sacerdote—, Erasmo consideraba que la Iglesia se había quedado anclada en el Medievo, y reclamaba, una Iglesia donde hubiera más libertad de pensamiento, tesis que lógicamente la Iglesia no podía compartir pues veían en peligro su hegemonía. Enrique VIII también se enfrento la Iglesia, pero este por motivos personales, al negarle la Iglesia el divorcio de su esposa Catalina de Aragón, para poder casarse con Ana Bolena.

Las “Indulgencias” era un invento como tantos otros que se sacaban de la manga, con el único fin de incrementar su patrimonio -que viendo el resultado, les ha ido de maravilla como todos sus inventos-. Según ellos, el que pagaba (a buen precio, claro). La “Indulgencia” se le entregaba un documento, -para darle más realismo al asunto- donde se eximía al alma, de pasar por el purgatorio. El incauto que picaba, que eran muchos pues sabían del inmenso poder de la Iglesia, además de pagar un alto precio, se iban tan contentos, -imagino que para poder seguir pecando tranquilamente-.

En mis recuerdos de niña, están grabadas esas dos palabras, sobretodo la más común, que era la de la “Bula” ya que las indulgencias solo eran para los pudientes a los que la Iglesia les podía sacar “una buena tajada”. Cuando llegaba la Cuaresma y sobretodo “Semana Santa” el Jueves y el Viernes Santo, no se podía comer carne, salvo que se le pagara a la Iglesia, la dichosa “Bula” que claro solo pagaban los ricos, pues la gente humilde no podía, como tampoco podía comprar carne la mayoría de las veces. En mi casa, la carne se comía de tarde en tarde gracias a unas cuantas gallinas que teníamos, que además nos proporcionaban los nutritivos huevos. En las conversaciones de los mayores que yo escuchaba, oía como criticaban a la Iglesia, por la desfachatez que esta tenia. “Si pagas, puedes comer carne, si no es pecado” ¡anda y que les den! Pero al final, el jueves y viernes, tocaba espinacas, potaje con bacalao, o bacalao frito, y no por que la Iglesia lo mandara, sino por respeto a sus ancestros, ya que la Iglesia no tenía potestad dentro de las casas -solo hubiera faltado eso-.

Cuantas charlas y sermones, me tuve que tragar en seis años que duró mi paso por el colegio, no solo los de la Iglesia, como hubiera sido lo normal, pues no, los curas tenían que meterse en el colegio, imagino que cuando le venía bien al párroco de San Pedro, Don Julián, que parecía que el propio Dios lo había nombrado tutor, de todo el colegio, -seguramente no quería que ninguna se descarriara-. Pues éste, se presentaba cuando le venía en gana, es decir cualquier día a cualquier hora. Tampoco tenía ninguna  prisa, -luego pienso, que iba allí a pasar sus ratos libres-. Nos obligaban a confesar todos los sábados, para poder comulgar los domingos en la misa de doce. Visitar el sagrario todos los primeros viernes de mes, (nunca supe qué sentido tenía eso).

Nos atemorizaban continuamente, con el “pecado mortal” (que al parecer era mucho más gordo que el venial). Las niñas nos hacíamos un lio, pues no sabíamos muy bien cuales eran unos y cuales otros, y no menos lio con lo de la “Santísima Trinidad” nosotras creíamos que era una  “señora”, pues no, no lo era, según ellos eran tres; “El padre, el Hijo y el Espíritu Santo”  pero que en realidad eran uno solo. Como comprenderéis eso ya era difícil de digerir, y la mayor de las incongruencias, yo creo que ni ellos mismos se aclaraban, solo hacía falta que hiciéramos algunas preguntas lógicas para que rápidamente cambiaran de tema, lo que nos dejaba más confundidas si cabe. Pero donde dejamos, “El Alma” y el “Espíritu” nadie sabía explicar muy bien que era el alma o el espíritu, estaba claro que era algo invisible e intangible, porque ninguna la podíamos ver, en eso llevaban razón, pero era tan difícil de creer como lo de la Santísima Trinidad, si hubieran sido cosas más normalitas, las hubiésemos entendido, creo yo. Y es que hay cosas que por más vueltas que les des, no tienen ni pies ni cabeza. Éramos niñas, pero no tontas.

Del mismo modo nos machacaban cada dos por tres con los famosos “Diez Mandamientos” que sinceramente creo yo, que nadie habrá cumplido nunca, al cien por cien, -vamos creo no, estoy segura-. El primero, nos decía que había que querer a Dios sobre todas las cosas, y yo me decía a mi misma -sin atreverme a decirlo nunca en voz alta claro- que yo quería más a mis padres, y a toda mi familia, incluso a mis amigas, y a mis maestras preferidas, todos eran visibles y tangibles, ¿cómo se podía querer más que a nadie, a alguien que ni siquiera se conoce? era todo tan absurdo. El segundo, mandamiento, era no tomaras el nombre de Dios en vano, bueno tampoco tenía muchos seguidores, pues yo recuerdo con qué facilidad la gente decía, “te lo juro por dios” ese juramento era mucho más falso que el que decía “te lo juro por mis hijos” eso ya era más serio y creíble. El tercero era “Santificarás el Día del Señor” bueno pues este solo era seguido por los más beatos, los demás pasaban del tema, como era el caso de mis padres. El más sensato era el de “Honrarás a tu padre y a tu madre” y fácil de cumplir por la gran mayoría. El quinto “No matarás”, éste era muy gordo, a las niñas nos daba hasta miedo, pero bueno, también era fácil de cumplir, siempre que no fueras un asesino, claro, y la verdad a nosotras nos quedaba, como muy lejano. El sexto, “No cometerás actos impuros” ¡huy! ¡huy! éste era un verdadero problema para todo el mundo, y éste sí que estoy segura de que nadie ha cumplido jamás, y cuando digo nadie es nadie, ahí entra lógicamente todo el clero, con Papas incluidos, pues la naturaleza no se puede reprimir por mucho que te dijeran que era pecado, véase si no los múltiples casos de pederastia dentro de la Iglesia, o en colegios religiosos. Por tanto, ese el más absurdo de todos. El séptimo “No robarás” este solo lo han cumplido las gentes honradas, y la Iglesia obviamente, no está entre ellas. El octavo, “No levantaras falsos testimonios ni mentiras” otro que es muy común incumplir. El noveno, “No consentirás pensamientos ni deseos impuros” prácticamente es igual al sexto, e igual de inútil. El decimo, “No codiciaras los bienes ajenos”, éste me parece un poco ambiguo, poco aclaratorio, y de difícil cumplimiento, porque desear mejorar nuestra forma de vivir y tener comodidades no quiere decir que codiciemos lo de los demás, solo queremos mejorar nuestra calidad de vida, eso ha pasado siempre desde que el mundo es mundo.

En fin, como podemos ver, algunas cosas eran un verdadero “comecocos” teniendo en cuenta que teníamos muy pocos años, aun así sabíamos en nuestro interior que eran cosas absurdas que nos hacían pensar una y otra vez tratando de entender algo, sin conseguirlo.

Como ya he dicho antes, el poder de la Iglesia es inconmensurable, lo ha sido siempre, lo más raro es que al día de hoy lo sigue siendo. Ya no hay la ignorancia de antaño, hay más gente culta, hay más información, más democracia, sabemos de las mentiras y de los negocios del Vaticano, sabemos que no pregonan con el ejemplo, nunca lo han hecho, porque de haberlo hecho no existiría ese imperio de riquezas. Sé que hay sacerdotes que se han mantenido más cercanos a los humildes, haciendo lo que se supone deberían haber hecho todos los que pertenecen a la Iglesia, algunas monjas también hacen una buena labor, estas buenas personas han hecho por su cuenta y riesgo una labor encomiable, tan lejana de la habitual, practicada por la Iglesia. Justo es decirlo.

A los de mi generación, nos crearon un caos mental que todavía nos dura, es muy difícil borrar de la mente lo que machaconamente nos introdujeron en el cerebro. Yo personalmente nunca he sentido apego a la Iglesia, de hecho cuando deje el colegio a los once años, deje de ir a misa, ya por fin nadie me controlaba, y como en mi casa mis padres no eran creyentes, no tuve el menor problema, pero si me gustaba entrar en las iglesias cuando estaban solas, me sentaba en un banco a meditar, y claro a pedir cosas a Dios, era tan cómodo, y relajante, pensar que alguien te iba a arreglar los problemas como por arte de magia. En aquellos años las iglesias estaban abiertas todo el día, podías entrar a cualquier hora, además de lo dicho antes, a admirar las obras de arte o simplemente a descansar o disfrutar de su frescor en verano. Ya no lo puedes hacer fuera del horario de misas.

Cuando digo que nos crearon un caos mental, que todavía nos dura, no miento, unas de las cosas que sigo haciendo es poner en navidad, el belén o “Misterio” -nunca mejor dicho- igual que mentalmente y aun a mi pesar, sigo diciendo ante algún problema de cualquier tipo, -Dios mío, que se arregle esto pronto- o -Dios lo quiera- es algo que no lo puedo evitar, para decir seguidamente, -pero que tonta soy, a estas alturas- son palabras que decimos sin darnos cuenta, porque están en nuestro cerebro, como si nos las hubiesen grabado a fuego, o con algún tipo de pintura de las que utilizan algunos grafiteros -magníficos por cierto–, pero que son imposibles de borrar, pues lo mismo nos hicieron a los de mi generación.

Mucha gente todavía no ha sabido salir del engaño, bien por comodidad o bien como ya he dicho antes, por la necesidad, que no es otra que la de “agarrarse a un clavo ardiendo” cuando todo se pone negro, cuando no se encuentra una salida a los problemas, la gente se encomienda no solo a Dios, sino a los Santos, -que son como una sucursal de Dios-. Yo confieso que también lo he hecho, por eso mismo siento un enorme respeto por los que aun lo hacen llevados por la necesidad, o porque realmente tienen esa fe ciega, y están en su derecho de creer, como en el de no creer.  Para mí siempre lo más importante es la libertad del individuo, mientras que no mutilen la mía.

La vida me ha enseñado que solo con el esfuerzo se consiguen las cosas, pero la experiencia también me dice que el factor suerte es muy importante, pero para tener esa suerte, primero hay que haberse preparado con el esfuerzo personal, que nadie puede hacer por nosotros.

Ya es hora de que los gobiernos, sobre todo el nuestro, dejen de financiar a la Iglesia, y por supuesto a ninguna religión. Es una verdadera vergüenza, -como dice mi amigo Molón- que con lo que está cayendo, la Iglesia no haya tenido el menor pudor en no renunciar, a los “diez mil millones de euros” que percibe del gobierno español anualmente, ¡que se dice muy pronto! ¿Qué clase de cristianos son? Qué manera más obscena, de perder el rumbo que les marcó el que en su nombre crearon este imperio de grandezas,

La experiencia que dan los años son los que te hacen tener una  verdadera visión de las cosas. Qué pena que no nazcamos ya con la experiencia incorporada.

viernes, 21 de octubre de 2011

MI PADRE Y SU ÍDOLO.

Óleo en la Casa de Andalucía de Zaragoza


Ahora que esta tan denostada la afición de las corridas de toros, por los anti taurinos, quiero escribir un recuerdo a mi padre, gran aficionado a acudir a las plazas de toros, para ver a sus ídolos sobre todo a Manolete,

Yo no llegué a conocer a Manolete pues nací el año siguiente al de su muerte, pero que importancia puede tener esto cuando mi padre hablaba continuamente de él. Todos sabemos que tuvo muchos admiradores, pero tan incondicionales como mi padre, posiblemente muy pocos. Es curioso como sin conocer a una persona, esta pueda llegar a formar parte de nuestra historia, de nuestros recuerdos, como es mi caso.


José Carnago Rodríguez, mi padre, nació en mil novecientos cinco. Desde muy joven fue un gran aficionado al arte del toreo, junto a su hermano Rafael Carnago que fue picador, de tal manera que raro era el día que no saliera a relucir el tema de los toros en mi casa.

Mí padre, José Carnago Rodríguez

Mis hermanos y yo, desde pequeños, escuchábamos a un padre hablando de toros y toreros, nos contaba anécdotas y nos enseñaba fotografías, algunas muy curiosas, como la de un chavalillo gateando por la fachada de la plaza de toros de Las Ventas para colarse, y otras muchas más. Mi padre se entretenía en sus ratos libres que ciertamente eran muy pocos, en recortar de las revistas del genero, las mejores fotografías de toros y toreros, incluso algún que otro artículo que le llamara especialmente la atención. Con ellas hacía él su composición, las iba enmarcando y decoraba de esta forma las viejas paredes de una galería, o especie de porche, que había al final del patio principal de mi casa. EL resultado era una galería museo que llamaba la atención de todos los visitantes, por su gran contenido en documentación de los mencionados temas taurinos.

No pocas veces escuché a mi padre contar la truculenta y dramática cogida y muerte de Manuel Granero. Cuestión que yo escuchaba con la boca abierta, y el vello de punta, pero a la vez expectante. Granero decía, vestía de negro y oro. El toro se llamaba Pocapena, y estando torero y toro cercanos a las tablas, el toro se arrancó lanzando al torero por los aires, revolcándolo varias veces, hasta que le alcanzó el cráneo al penetrarle el pitón por un el ojo derecho. Murió el día de S. Agustín. Mi padre decía que fue la cornada más impresionante de toda la historia del toreo. Y creo que al día de hoy sigue siéndolo. La verdad es que aquello me parecía espeluznante y de lo más desagradable. Parece que estoy oyendo a mi madre diciéndole, no le cuentes esas cosas a la niña que va a tener pesadillas, pero yo siempre le decía sigue papa, sigue, ¡un poco morbosa, la niña, no!


Óleo en el Museo Paco Laguna de Villa del Río

Eran habituales las tertulias en los patios de mi casa, pues no hay nada más agradable en las noches de verano que un patio y una buena tertulia, aromatizada de la fragancia del jazmín y la dama de noche. El tema del toreo era de los más comunes, además de otros. Nombres como Joselito, Belmonte, Arruza, Martorell, el Litri, y tantos más. Lances como verónicas, derechazos, molinetes, y un largo etc. Todos esos nombres quedaron  grabados en mi memoria.

Como todo el que destaca en algo, Manolete también tenía sus detractores. Todos sabemos que el pecado nacional es la envidia, luego la polémica estaba servida. Según mi padre, la primera pareja que crearon polémica fueron Joselito y Belmonte, buenísimos ambos, pero tuvieron la virtud de dividir a la afición y darle un nuevo aliciente a la fiesta. Por cierto, mi padre era de Joselito. Cuando murió Joselito corría un rumor, una frase que se la atribuían a Belmonte y a Ignacio Sánchez Mejías, pues al parecer los dos estaban de acuerdo, y que corrió como la pólvora. “Ahora está más vivo que antes”. Creo que querían decir con esto, que todo artista que muere a una edad temprana, en cualquier rama del arte, el público lo hace suyo, lo venera, lo idealiza, de tal forma que su recuerdo perdura más en el tiempo.

No puedo enumerar las veces que escuché discutir a mi padre, defendiendo a Manolete de cualquier agresión que, según él, considerara difamatoria. Para mi padre era poco menos que un dios, hasta le cambiaba la cara cuando hablaba de él, y lo hacía con tal pasión, sólo comparable a un padre orgulloso de su hijo. El jamás le veía defectos. Las mejores calificaciones que se pudiesen decir a un torero salían de la boca de mi padre. Manolete, el más grande, tan elegante, tan sereno, tan serio. Le decía yo bromeando. Jamás sus incondicionales le veían nervioso, según ellos daba una lección de autodominio que convertía en belleza cada uno de sus lances. Todo ello unido a su certeza con el estoque, hacía que para muchos como mi padre fuera el “Monstruo” Sinceramente creo que rayaba el fanatismo, algo que realmente yo aborrezco, pues creo que el fanático se ciega y no es ecuánime. Pero por otra parte, pienso que la persona que disfruta de su idolatría y no le hace daño a nadie, puede perfectamente ser un “fanático” comprensible. Se dice de esa época que las corridas de toros eran el opio del pueblo, y el de ahora, sin lugar a dudas es el fútbol.

Mi padre era un hombre muy sensible, yo creo haber salido a él, era de lágrima fácil, lo vi muchas veces emocionarse, siempre decía que se le había metido un pizco en el ojo, pero no solo con el toreo, se emocionaba con cualquier tema que tocara su fibra más sensible. Cuando nos describía la tarde de su muerte lo hacía con todo detalle. Sabíamos que Manolete vestía de rosa pálido y oro. Que el quinto toro de la tarde se llamaba Islero y fue el que lo mató. Cuando llegaba a ese punto ya estaba haciendo pucheros. También sabíamos el nombre de su apoderado, se llamaba Camará y lo acompañaba a todas partes. Su madre, Doña Angustias. Su novia mexicana y guapísima llamada Lupe. Nos llevaba de paseo por el barrio de Santa Marina para enseñarnos donde nació y se crió Manolete, en una casa de vecinos como nosotros, de familia humilde, pero él tenía una elegancia natural y era la discreción personificada. Todo ello según mi padre lógicamente.

Los gobernantes de la época usaban el nombre de Manolete como estandarte, con orgullo nacionalista, sin que Manolete tuviera nada que ver, ni hubiese hecho nada significativo para que se le pudiese catalogar como de derechas. Si bien es cierto que tampoco lo negaba, pero… estaban los tiempos como para señalarse.

Había que oír a mi padre, decir, ¿Cómo iba a ser de derechas un muchacho de familia humilde, que se ha criado en la precariedad? mi padre que era ateo,  defendía la República, y escuchaba por las noches Radio Pirenaica. Yo me quedaba durmiendo con los ecos de la potente voz de Dolores Ibarruri, sin comprender demasiado, aunque algo si que quedaba en mi mente.A mi me gustaba escuchar las historias de los mayores, además de las de mi padre, y ellos tenían en mí a una alumna disciplinada y atenta, a la vez que preguntona.

En fin, podría seguir escribiendo mucho más, sobre mi padre y su ídolo. Sólo siento que no llegara a conocer mi faceta de pintora tardía, ya que como homenaje a él, pinté dos retratos de Manolete, uno está en la Casa de Andalucía de Zaragoza, presidiendo el salón, y otro en el museo de Paco Laguna de Villa del Río- y estoy segura que le hubiera hecho muy feliz.

Tengo que decir que a mí, personalmente, las corridas de toros, no me atraen especialmente, solo fui de muy joven a dos o tres como mucho. Me ha interesado mas como pintora, estéticamente me parecen muy atractivos para pintar los temas taurinos, mucho más, cuando estan libres en el campo. Es cierto que se sufre mucho cuando matan al pobre animal, que nada ha hecho para merecer tal castigo. De todas formas me cuesta decir que soy anti taurina, por todo lo que os he relatado anteriormente, ya que está en mis recuerdos, y sería como traicionar a mi padre que era una persona  noble y humana, amaba a los animales, mi casa estaba llena de ellos, y era él quien los cuidaba. Por otra parte si llegan a desaparecer del todo tampoco me voy a sentir traumatizada ni nada por el estilo. Estamos en el siglo XXI y esa costumbre no deja de ser casi medieval. 

domingo, 29 de mayo de 2011

PATIOS DE VIANA

Del museo Palacio de Viana declarado en 1981 por real decreto, Monumento Histórico Artístico Nacional, solo quiero resaltar lo que a mí particularmente me gustan sus patios, y no es que no me guste el resto, no es eso, reconozco su valor arquitectónico. Del siglo catorce  época medieval moderna. Durante su construcción se encontraron restos creen, de un edificio romano, como no, El museo palacio de Viana está enclavado en el popular barrio de Santa Marina, nombre que ya recibía el barrio en el siglo trece, cuando Fernando tercero el Santo, mando construir la iglesia que dio nombre no solo a esta, sino a todo el barrio, cosa muy común en aquella época, que los barrios llevaran el nombre de las iglesias, véase barrios como San Francisco, San Pablo, San Andrés, San Lorenzo, Santiago, o San Pedro etc.
Tras numerosas restauraciones y ampliaciones, el edificio llega a disponer de unos seis mil quinientos  metros aproximadamente, de los cuales unos cuatro mil son patios y jardín. Maravillosos  patios diría yo.
La fachada, de estilo marienista haciendo rincón, la mansión, aun siendo austera tiene empaque, o lo que es lo mismo es muy señorial, en realidad toda la casa es una delicia, pero me quedo con sus bellos patios, de los que disfruto a menudo sobre todo en primavera, aunque siempre están maravillosos  Abril y Mayo  podemos decir sin temor a equivocarnos que son los más exultantes en cuanto a la explosión de colores y olores, que tanto agradecen nuestros sentidos.
PATIO DE RECIBO. Puede que sea el más señorial de todos por el pórtico que recorre sus cuatro lados, con arcos de medio punto, soportados por columnas de piedra amarilla, que forman una galería con suelo de ladrillo rojo, decorada con grandes macetones y enormes ánforas sembradas con elegantes plantas de sombra, como los helechos, la costilla de Adán , aspidistras, plantas que allí adquieren unas dimensiones extraordinarias, algunos bancos de madera antiguos, donde se puede descansar admirando el patio embelesados. En el centro del patio, se eleva majestuosa, una impresionante palmera rodeada de un nutrido surtido de plantas de diversas especies y flores de múltiples colores, las paredes y arcos bordeadas por las trepadoras. No cuesta mucho imaginarse a personajes de otra época entrando y saliendo, en carruajes, y recibidos por los dueños con todo boato, y a los numerosos servidores corriendo de un lado para otro recibiendo órdenes, arreglando la casa con especial esmero, preparando suculentas comidas, que llenan de deliciosos aromas los patios colindantes a la gran cocina, de la  casa.
Como dijo Antonio Gala, SI LAS PIEDRAS HABLARAN, cuantas historias podrían contar, esas piedras y paredes de la casa y sobre todo de sus patios ajardinados. Historias de amores, y desamores, de sueños e ilusiones, de rumores e intrigas, de acuerdos y desacuerdos, donde los personajes de la historia, pasaban por todas las clases sociales, desde los cortesanos, hasta la servidumbre, que en definitiva eran los que mantenían la casa palacio en condiciones óptimas de habitabilidad, cualquiera de ellos podría tener una historia digna en menor o mayor grado de interés, tanto o más que las de sus señores.

PATIO DEL ARCHIVO. Es interior, y el nombre le viene dado, porque a él dan las ventanas que custodian el archivo histórico de la casa (que interesante seria visualizarlo). El patio es cuadrado, sus paredes blancas contrastan con el verdor de sus plantas, petunias, calas, dama de noche, y  en las esquinas los parterres arropan a los naranjos mandarinos, en el centro una fuente con surtidor, decorada de elegantes azulejos sevillanos,  (que a mi tanto me gustan).
PATIO DE LA CAPILLA. Llamado así porque en él estuvo la capilla de la casa, en esa época no había casa señorial que se preciase que no tuviera su capilla particular, (faltaría más) lógicamente la gente acomodada estaba mucho mas con el clero  (que siempre  arrimándose al sol que mas calienta) el patio tiene dos lados porticados, y podríamos decir que es un pequeño museo arqueológico, por las numerosas piezas que contiene, como mosaicos romanos, capiteles, fustes barrocos, fragmentos de atauriques árabes ect . Es un patio recogido y umbrío,  adornado de naranjos y limoneros que se juntan entre sí, en el centro una fuente con surtidor rodeada de frondosos helechos. (Su efecto es relajante e  invita a meditar).
PATIO DE LA CANCELA. Recibe ese nombre, por tener una cancela que da al exterior, lo que permite al viandante contemplarlo desde la calle, la fachada del patio es neoclásica tiene tres arcos  revestidos de ladrillo que lo comunican con una galería, donde alternan las macetas de filodendros con algunos capiteles romanos, su pavimento enchinado como casi todos, en el centro un surtidor, cuya taza barroca fue la pila bautismal de una parroquia, esta arropada por una serie de macetas de cenerarias de hojas cenicientas aterciopeladas, en uno de sus laterales los rosales de pitiminí en primavera, forman un manto de pequeñas flores amarillas, que cubren sus nobles paredes.( Parece sacado de un cuadro impresionista).
PATIO DE LOS JARDINEROS. Es alargado y estrecho, el testero frontal está revestido de plumbago, yo lo llamo jazmín azul, no tiene olor pero está todo el verano echando ramilletes de flores de un bonito color azul de un celeste tirando a indigo, con el que tapizan el largo testero. (Es muy decorativo, y  normal verlo en casi todos los patios de Córdoba).
PATIO DEL POZO. Cómo su nombre indica, en el se encuentra un inagotable pozo, incluso en época de sequia, los geranios, gitanillas, jazmín y alegría de la casa, al fondo una frondosa buganvilla de color salmón, es un patio bello en su sencillez. (Este patio enlaza con el siguiente).
PATIO DE LA ALBERCA .Un estanque o alberca, hacen que este patio sea muy relajante, medio oculto por un seto de ciprés, se encuentra un antiguo invernadero, donde se desarrollan las plantas jóvenes antes de su traslado definitivo a los patios por las expertas manos de los jardineros,  boneteros, laurel, hierba buena, albahaca, salvia, verbena, petunias ect de este patio se surten los demás, al lado de ese patio esta el jardín de estilo francés, totalmente cuadrado con fuente central, en el crecen rosales de todos los colores, hortensias de grandes proporciones, adelfas, palmeras datileras, naranjos y limoneros, celindas, y toda clase de plantas que se pueda tener en un jardín, destaca una centenaria encina, que sobrepasa los tejados y en el centro de ese vergel una fuente de piedra con surtidor.
PATIO DE LA MADAMA. Debe su nombre, a la estatua  que hay en la fuente,  representando a una hermosa joven con un cántaro de agua apoyado en la cintura,  del que mana un surtidor, la fuente esta surcada por un seto de ciprés con forma de corona. (Este patio incita a las confidencias pues resulta muy íntimo).
PATIO DE LAS COLUNNAS. Rectangular, muy espacioso, en el se celebran actos sociales,  conciertos, teatro, y recitales de poesía, en época de buen tiempo. A la izquierda un largo pórtico de arcos sostenidos por columnas con grandes ventanales enrejados que dan al jardín. En el centro del precioso patio, tres pequeñas fuentes adornan dos estrechos estanques de agua cristalina con sonoros surtidores, rodados de delicadas plantas de agua que rodean ambos estanques, su pavimento de artístico enchinado cordobés, sus paredes encaladas, y bellamente adornadas con diferentes especies de trepadoras. Al fondo un bonito porche con columnas que sostienen un bonito tejado rematado con la típica teja árabe tan común en nuestra Córdoba, sobresale tras el tejado la torre de San  Agustín, que parece mirar complaciente, estos bellos patios.
PATIO DE LAS REJAS. De forma rectangular debe su nombre a las tres ventanas que se abren a la calle, para delicia de los transeúntes, que no pueden ni quieren, pasar de largo. Sus muros tapizados de verdes parterres de naranjos, laureles, y damas de noche, en el centro una fuente de mármol con surtidor. Rodeada de cenerarias, llamadas marítimas, pues dicen huelen a mar, (que bonita definición).
PATIO DE LOS NARANJOS  Y  PATIO DE LOS GATOS. Estos dos últimos, más pequeños y humildes, comparados con los demás, ya que eran los del servicio, donde estaban las cocinas y las pilas de piedra donde se lavaba la ropa, y se tendía. Son por eso  más parecidos al común de los patios de las humildes casas de vecinos de Córdoba, como en la que yo me crie, donde se hacía vida en común, y se compartía lo poco que se tenía, el patio era el centro de reunión, de fantásticas tertulias en las noches de verano, acompañadas del perfume a dama de noche y jazmines, de problemas compartidos, de juegos, cantos y risas,
PATIOS, INSPIRACION DE PINTORES Y DE MUSICOS, PATIOS,  PEQUEÑOS JARDINES PERFUMADOS, PATIOS, ALIVIO DE HOMBRES Y MUJERES AL TERMINAR LA JORNADA, PATIOS, ELEGANTES, PATIOS HUMILDES, TODOS  BELLOS Y DELICIOSOS.

  

viernes, 13 de mayo de 2011

GRACIAS A LA VIDA

Cuando nació mi hijo pequeño, y pasaron unos meses, decidimos bautizarlo,  igual que  a su hermano mayor nuestro primer hijo Paco, “era la costumbre “como tenemos la suerte de tener un amigo sacerdote, de los que yo llamo de los buenos, de los comprometidos con los problemas de la gente, honesto y sensato, pues bien nos hacía ilusión  bautizarlo en el campo, al aire libre, otros buenos amigos Lucí y Miguel  nos ofrecieron su casa, esta está situada en plena sierra de Córdoba en un entorno privilegiado. Juan nuestro amigo sacerdote, estuvo de acuerdo, pusimos una fecha y lo preparamos todo. Era un esplendido día de verano, y como en Córdoba los veranos son muy calurosos  decidimos hacerlo  a la caída de la tarde. 

Improvisamos un bonito altar, con una mesa  alargada  que cubrimos con una sábana blanca, y un mantel de hilo con preciosos encajes, encima del improvisado altar pusimos un candelabro, de plata que alguien nos presto, y también una bonita fuente igualmente de plata, en el otro extremo un bonito ramo de flores blancas, delante, y a ambos lados unos macetones de helechos y  de  la costilla de Adán, plantas de un verde intenso y muy decorativo. El entorno no podía ser mejor, además de las vistas, estábamos rodeados de una naturaleza salvaje, arboles como el pino, las encinas, eucaliptos, arbustos como el lentisco, el romero, el arrayan, los madroños, y todas las variedades de jara que tenemos en nuestra hermosa sierra, y que podemos disfrutar a  tan solo unos minutos de Córdoba, el cielo lucia de un intenso azul.

Estábamos toda la familia, muchos buenos amigos, algunos con sus respectivos hijos, el ambiente era sumamente agradable. Juan el sacerdote, comenzó la ceremonia con unas hermosas palabras, diciendo la importancia de los padres en la educación de los hijos,  para que sean buenas personas por encima de todo, acto seguido puso una cinta en el magnetofón, dé pronto comenzó a sonar una bonita música seguida de una   maravillosa voz, la canción era Gracias a la Vida, todos los allí presentes guardamos un silencio absoluto, y aunque  ya conocíamos algo la canción nunca habíamos apreciado su contenido, y no sé si fue el entorno, mezclado con los olores de los  jazmines que empezaban abrir, el cálido atardecer, pero lo cierto es que todos escuchamos en silencio y muy atentos, y a medida que avanzaba la canción se reflejaba en nuestros rostros la emoción, nos pareció que esa canción  era  un canto a la vida, a la naturaleza, un  maravilloso canto de agradecimiento, por ser lo que somos.

Gracias a la Vida que me ha dado tanto. Sonaba la voz impresionante de Mercedes Sosa, solo interrumpida por los trinos de algunos pájaros al sobrevolarnos, y cosa curiosa hasta los niños guardaban silencio, como si intuyeran que esas palabras pudieran ser el emblema que riguiera sus vidas, palabras sencillas que nos enseñan a valorar lo verdaderamente importante.

Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Medio dos luceros que cuando los abro.
Perfecto distingo lo negro del blanco.
Y en el alto cielo su fondo estrellado.
Y en las multitudes al hombre que yo amo.

Al despertarnos lo primero que hacemos es abrir los ojos, algo tan simple y rutinario y no nos paramos a pensar  en lo importante que es, nos levantamos sin tropezar, porque vemos por donde pisamos,  y nos miramos al espejo para asearnos, y sabemos cómo es nuestro rostro, abrimos la ventana y miramos al cielo, y a las calles, y a las gentes, los campos con su abanico de colores, de diferentes tonos de verdes, de alfombras de colores, en primavera, y dorados en verano y ocres y rojizos en otoño, también, nos deleitamos con el cromatismo del mar, y podemos leer libros maravillosos que nos trasportan a otros mundos a otras vidas, y tantas cosas más, pero sobre todo podemos ver las caras de nuestros seres más queridos. Somos Afortunados. 

Gracias a la Vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el oído que en todo su ancho.
Cada noche y días, grillos y canarios,
Martillos, turbinas, ladridos, chubascos.
Y la voz tan tierna de mi bien amado.

No, no nos damos cuenta de  que podemos escuchar, las palabras cariñosas de nuestro compañero, la de nuestros hijos, desde que empiezan a balbucear, y damos gracias, por su inocencia, y oímos con deleite nuestra música preferida, y nuestras canciones, los ruidos de la calle, escuchando hemos aprendido todo porque oíamos  las explicaciones, de nuestros padres y maestros, y podemos distinguir las voces unas de otras. Somos afortunados.

Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el sonido y el abecedario.
Con él las palabras que pienso y declaro.
Madre, amigo, hermano, y luz alumbrando.
La ruta del alma del que estoy amando.

No nos damos cuenta, que podemos andar, porque es nuestra rutina, porque lo  hacemos a diario, subimos y bajamos escaleras, andamos por calles y plazas, paseamos o corremos por la playa, pedaleamos en la bicicleta, nadamos, igualmente con nuestras manos y brazos, acariciamos  y abrazamos, y al hacerlo sentimos un goce especial y tantas y tantas cosas, que no sabemos valorar. Somos afortunados.

Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la marcha de mis pies cansados.
Con ellos anduve ciudades y charcos.
Playas y desiertos, montañas y llanos.
Y la casa tuya tu calle y tu patio.

Nuestro corazón late, estamos vivos. Sentimos que se ralentiza, cuando dormimos, y que se agita cuando nos emocionamos, nos duele cuando sufrimos, se desboca cuando hacemos el amor con la persona amada, es el motor de todas nuestras emociones, lo tenemos dentro, y no nos damos cuenta. Somos afortunados.

Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Medio el corazón que agita su marco.
Cuando miro el fruto del cerebro humano.
Cuando miro al bueno tan lejos del malo. 
Cuando miro al fondo de tus ojos claros.

Podemos reír, y la risa nos alegra la vida la vida, es tan importante, saber reír, y saber reírse de uno mismo,  tomarse la vida con filosofía, y sentido del humor, no dar demasiada importancia a lo que realmente no la tiene, cuando hay tantas tragedias en el mundo, y tanta gente que lo pasa mal, no podemos y no debemos, creer que nuestros pequeños contratiempos, son importantes, tenemos el don de poder llorar, bendito llanto, que nos alivia las penas, aunque sigan dentro, son el bálsamo que las suaviza, también lloramos de alegría y felicidad, en ese  caso nuestros ojos adquieren un brillo inusual, lloramos, reímos. Somos afortunados.

Gracias a la vida, que me ha dado tanto,
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto.
Así  yo distingo dicha de quebranto.
Los dos materiales que forman mi canto.
Y el canto de ustedes que es el mismo canto.
Y el canto de todos que es mi propio canto.
GRACIAS A LA VIDA

Terminado el acto del bautismo, tan emotivo e inolvidable por lo inusual, volvió la algarabía, los niños jugando y corriendo, los mayores de agradables tertulias, comiendo y bebiendo como   no podía ser menos, pronto se nos hizo de noche, y si el atardecer fue sumamente  agradable, la noche no lo fue menos, bajo un cielo estrellado la temperatura ideal, buenos amigos, buenas conversaciones, buena comida. Fuimos afortunados.

Aquel día de tan gratos recuerdos y sobre todo, aquella canción, marco una máxima en mi vida, no hay un solo día que al despertar no de gracias a la vida, por vivir un nuevo día. 

miércoles, 19 de enero de 2011

LEYENDA, FICCIÓN O HISTORIA DE UNA VENGANZA.

En la Córdoba medieval, se desarrollaron unos terribles  acontecimientos que corrieron como la pólvora, y perduraron en el tiempo llegando hasta nuestros días. 

Subiendo el arco del Portillo, llamado anteriormente de los Mercaderes, se encuentra la calle Cabezas. Actualmente, todavía se conservan algunas casas de esa época, casas solariegas del siglo xv con fachadas renacentistas, varias casas patio, de los siglos XVII y XIX, casas de dos plantas y grandes patios porticados con arcos de medio punto sobre  columnas  barrocas. La número tres es actualmente: La Casa Museo de Góngora, del siglo XVII, su portada es barroca, afortunadamente el Ayuntamiento la ha recuperado para el pueblo, donde se organizan exposiciones y algún que otro  acto social. La número 6 fue la casa de los condes de Zamora de Riofrío, pero la más importante es la de los Marqueses del Carpio, de fachada gótico mudéjar, el cuerpo más importante es su torreón que separaba la zona de la Ajarquia, pasada la fachada, la calle se estrecha, dando paso a una tapia por la que se dejan caer diferentes tipos de vegetación,  nos hace suponer que da al jardín, en el  interior del palacete, se encuentran restos Árabes y Romanos. Seguidamente dos callejas, una a cada lado, a la derecha, Doña Muña, de claro estilo medieval, por la izquierda, el horno de Guiral, al fondo haciendo esquina un deteriorado capitel árabe. Entre las casas 10 y 12 encontramos una estrecha calleja, de descarnados muros de ladrillo, y un escalonado suelo empedrado, llamada de Arquillos  también forma parte de la leyenda como veremos al final. En la actualidad una reja impide el paso.
  
Cuenta la leyenda que, en la casa de enfrente a la de los Marqueses del Carpio, vivió el muy noble don Gustioz Gonzales, viudo y padre de siete hijos, que pasaron a la historia como los Siete Infantes de Lara. La triste y truculenta historia, parece ser que comenzó, cuando los siete hermanos fueron invitados a la boda  de de su primo, don Ruy Velázquez con doña Lambra, una burgalesa de noble cuna. El acontecimiento de los esponsales lógicamente era en Burgos ciudad a la que se desplazaron los siete hermanos con el beneplácito y bendición de su buen padre. Partieron muy contentos, pese a la lejanía y las incomodidades del viaje, como podemos imaginar, ya que eran muchas yardas las que tuvieron que recorrer, haciendo noche en posadas, alguna que otra noche a la intemperie, y en el mejor de los casos en alguna hospedería, dependiendo de los caminos. Dada su juventud en ningún momento su ánimo decayó, para ellos aquello era una aventura que les había brindado la providencia.

Ya en Burgos, contentos por haber llegado sin contratiempos disfrutando de la familia, y de la ciudad, que bullía, con un trasiego importante de gentes de todo tipo y rango, tenderetes de comidas, y de artesanía de la época, los juglares y trovadores, cantaban o recitaban a cambio de comida o ropa, acróbatas y demás personajes de la farándula tratando de ganarse el sustento. La demás población se componía, de los nobles, del clero, y de los campesinos, que trabajaban de sol a sol para su señores, las diferencias sociales eran tremendas. Aunque siempre han existido y lamentablemente existirán. Pero el Medievo fue especialmente duro para el pueblo llano.  Diese la circunstancia, que dentro de las celebraciones, se desarrollaba un torneo o justa en el que podían participar todo el que quisiera, principalmente los más jóvenes, uno de los infantes, el más joven decidió probar suerte, sin llegar a sospechar que aquel juego le traería a él y a sus hermanos dramáticas consecuencias. 

Llegado el día del esperado torneo, ignorantes de lo que el destino les tenía reservado, estaban los hermanos contentos, disfrutando de los festejos como jóvenes que eran, con ganas de reír y disfrutar, coqueteando con las jóvenes del lugar, estaban eufóricos por el hecho de haber aceptado la invitación de su primo don Ruy y de poder participar en tantos eventos.

Ataviados para la ocasión con sus mejores galas, habían cambiado sus rudimentarias ropas del viaje como los “zaragüelles” – o pantalones anchos-,  la “aljuba” – o túnica corta y ajustada-, por otras similares pero de telas más costosas, como el terciopelo, o la seda, y cambiando la túnica corta por una larga, llamada “talares” – por llegar esta hasta los talones-, tocando sus cabezas con sombreros cilíndricos o birretes, menos el pequeño de los Lara que iba vestido como para una guerra, con las clásicas cotas de malla, túnica de lana, coraza,  yelmo de hierro, escudo, cinturón, espada y lanza. 

Las gradas, que para tales ocasiones se levantaban, de cómodos asientos decorados con lujosos ropajes y guirnaldas de flores, y como no, sus buenos toldos para cubrirse del sol, todo eso, era solo para los nobles, claro está, el pueblo o la plebe estaban al otro lado soportando sus pies todo el peso de sus cuerpos, y respirando sus pulmones todo el polvo del enfrentamiento. Los torneos o justas eran muy comunes en tiempos de paz, pues los caballeros necesitaban exhibir sus habilidades guerreras, y los torneos les proporcionaban la oportunidad de lucirse, podía más su vanidad que el miedo al riesgo que sabían entrañaba la contienda, pues no eran raros los accidentes graves e incluso de muerte en numerosas ocasiones. Los torneos como cualquier juego, también tenían muchas reglas, utilizaban armas llamadas “corteses”, que habían sido modificadas,  lanzas sin punta, espadas romas, con el fin evitar dentro de lo posible que hubiese más muertes de lo debido, pues ya en si era demasiado peligrosa la fuerza de la confrontación. Los caballos también iban protegidos, gualdrapa de tela, unas placas de hierro que cubrían la cabeza, el cuello y el cuerpo, dejando las patas libres para su mejor movimiento, en la pechera lucían los emblemas heráldicos de los nobles.

Comenzado el tan esperado torneo, la exaltación del público iba en aumento, aclamando y aplaudiendo con gran alboroto a los que lograban derribar a su oponente. Por lógica, el ganador salía orgulloso de su suerte, y se vanagloriaba de su destreza y valentía, por el contrario, el perdedor, humillado, dolorido, herido, sobretodo en su amor propio, y en el peor de los casos, algunos no vivían para contarlo. Cuando le llego el turno al menor de los Lara, tuvo la mala suerte, de tocarle de oponente un primo de la novia muy querido y respetado en toda la ciudad, por su valentía y su destreza en esos trances, de los que siempre salía victorioso, con lo cual no estaba acostumbrado a perder. El enfrentamiento fue largo y emocionante, el público lógicamente se decantaba por su conciudadano, aunque había mucha gente que rápidamente sintió gran simpatía por el joven y valiente forastero, se hacían numerosas apuestas, la tensión iba en aumento, nadie había vencido nunca al orgulloso burgalés, pero la fuerza y valentía unido a su juventud, hizo que el joven acabara derribando a su oponente y veterano en esas lides. 

El caballero se sintió  humillado, por haber sido destronado delante de todos sus admiradores, y su vanidad quedo tan resentida, que juro vengarse de alguna manera, en realidad toda la familia de la novia estaba muy ofendida, hasta el punto que los hermanos ya no eran bien recibidos, tanto que estos decidieron volver a su Córdoba muy tristes por lo acontecido, y pensando cuan injustos habían sido con ellos, incluso su primo, que tomo partida por la familia de su ya mujer, tanto que fue  él quien fraguo la venganza, seguramente no llego a calcular las consecuencias de sus malas artes.

En aquella época reinaba en Córdoba Almanzor. Pasaron unos cuantos meses, Ruiz Velázquez pensó que era el momento de vengar a la familia de su mujer, urdió una trampa de funestas consecuencias, con un emisario mando a su tío un pliego serrado con el ruego de que debía entregárselo en mano al mismísimo regente Almanzor. El bueno y confiado de don Gonzalo, que no sabía nada de lo ocurrido en Burgos, pues sus hijos por no apenarlo, nada le contaron, por lógica no podía sospechar que aquello era una vil trampa, que cambiaria el rumbo de sus vidas. El buen hombre pidió audiencia y se presentó el día señalado ante el rey entregando el correo a Almanzor, éste al leerlo, estallo en ira, aquel correo estaba lleno de infames calumnias dirigidas al regente, e instaba a matar al mensajero, Almanzor inmediatamente mando encerrar a don Gustioz en una torre, y lo mantuvo incomunicado hasta que se aclarara el turbio asunto, pues había cosas que no le cuadraban.

Enterados  los infantes del secuestro de su padre, al que ya creían muerto según los rumores que hasta ellos llegaban, quisieron vengarlo, alertado Almanzor, de las intenciones de los infantes, y sabiendo donde se encontraban, mando a su guardia para apresarlos, hubo un duro enfrentamiento en el que desgraciadamente murieron los hermanos, les cortaron las cabezas y las clavaron en siete picas como señal de triunfo. Entrando en la ciudad con tan macabros estandartes.

Desde la torre, don Gustioz oyó un gran griterío, se asomo  a la ventana  y distinguió a lo lejos un cortejo que se acercaba, teniéndolo ya cercano, un grito horrorizado salió de su garganta al reconocer las cabezas de sus siete hijos.

Don Gustioz quedo tan tremendamente abatido, que hasta el propio Almanzor sintió tanta  pena de él, que mandó que lo bajasen a unos aposentos dignos  como le correspondía por nobleza. Pasaron unos años antes de que se recuperara de su gran pérdida, una hermana de Almanzor que sintiendo pena de él pasaba muchas horas en su compañía, comprendió  que ese buen hombre había sido víctima de una cruel venganza, con el paso del tiempo se enamoraron, tuvieron un hijo que llamaron Mudarra, cuando se hizo hombre y conoció la triste historia de su padre, quiso vengar a su padre y hermanos, busco y encontró al miserable Ruy Velásquez, mato a este y a su esposa, dando fin a la venganza.

También se cuenta, que en la calleja Arquillos estuvieron colgadas las cabezas de los infantes durante mucho tiempo.

Esta, es una de las varias versiones que de la misma historia hay, ¿cuanto puede haber de verdad,  cuánto de mentira? nadie lo sabe, todos sabemos que la historia varía según quien la escriba, lo cierto es que a lo largo de siglos la leyenda ha ido pasando de padres a hijos, y que las calles de Córdoba donde supuestamente ocurrieron parte de los hechos, son las mismas, por donde hoy nosotros nos paseamos. Esta zona nos trasporta a aquella época de oscurantismo y miseria. Creo que lo único bueno que dejaron, fue un  importante patrimonio.