jueves, 8 de diciembre de 2011

CONCHA, MI MADRE.

Creo que es hora de dedicarle unas líneas a mi madre, esa mujer  que tanto me dio y de la que tanto aprendí. Mujer sencilla, pero de buenas maneras y facciones  agraciadas, dulce y suaves, de mediana estatura. Mi madre era una mujer extraordinariamente sensata e inteligente.

Nació en 1915 en Nerva (Huelva), su padre trabajaba en las minas de Río Tinto cuando la famosa huelga de 1920, que empezó en enero, tuvo varias etapas intensas, pero la más virulenta tuvo lugar entre agosto y septiembre, finalizando en enero del 1921, fue seguida por más de once mil trabajadores, creo que fue una de las más dramáticas y feroces - quizás la que más- de este país. Huelva acogió a cientos de niños y madres lactantes, donde eran atendidos en comedores especiales creados expresamente para tan cruenta situación. Otros ayuntamientos y particulares colaboraban con donativos, pero la situación llegó a ser tan tremenda que toda España se hizo eco del gravísimo problema y más de tres mil niños fueron acogidos por cientos de familias que generosamente se habían ofrecido a través de los intermediarios, que a su vez eran voluntarios.

El escritor Cobos Wilking, en su novela “El corazón de la Tierra”, retrata a la perfección un trozo de la historia de la cuenca minera de Río Tinto, anterior a la citada huelga de 1920, los hechos citados ocurrieron en la última década del siglo XIX, donde cientos de personas fueron vilmente asesinadas, crímenes que fueron ocultados durante muchos años a la opinión pública. Realmente fue una masacre consentida por los políticos, siempre a favor del poderoso, ya que fueron participantes activos de los terribles asesinatos. Las gentes que por su cercanía se enteraron de los terribles acontecimientos y los bautizaron con el nombre del “Año de los tiros”.

Mi madre como tantos otros niños, fue separada de su familia, con tan solo cinco años,  imagino lo traumático de la situación, a pesar de eso tuvo suerte -entre comillas-, de ser acogida por un matrimonio cordobés sin hijos y de buena posición. Estos eran los encargados de una de las tabernas de la Sociedad de Plateros que estaba ubicada en la calleja Munda, posteriormente pasaron a regentar la de la calle San Francisco, donde prácticamente se crió mi madre hasta su casamiento. Seguramente no olvidó nunca sus raíces, pero sé que fue muy feliz con esa familia de clase media que la criaron como propia sin faltarle de nada incluyendo una buena educación. Nunca he sabido que pasó con sus padres biológicos ¿qué ocurrió cuando terminó la huelga y la hambruna, que desgraciadamente vivieron miles de personas y todo volviera a la normalidad?, aunque la normalidad no dejaba de ser miseria y penuria ¿Pero por qué sus padres no la reclamaron? Realmente no lo sé, ni siquiera sé si mi madre sabía algo que no nos contó nunca, pues no le gustaba hablar del tema, se ve que aún le producía dolor. Separar a una niña con cinco años de sus padres y familiares, tuvo que ser traumático, debió de sentir un desarraigo tremendo, y difícil de superar.

Creo recordar, en los gastados vericuetos de mi mente en algún rinconcito muy lejano el haber oído siendo yo muy pequeña, algo de que su padre emigro, pero nunca supimos si fue solo o con el resto de la familia.

Otra cosa que pudo pasar es que su madre biológica, con su familia desmembrada, y sin posibles, o bien pudo morir de pena, o sabiendo que la niña estaba siendo criada en un estatus que no se podía comparar a lo que ellos podían ofrecerle, es posible que voluntariamente renunciaran a ella en beneficio de la niña. Sin duda un sacrificio que debió costarle la salud, pero sólo son suposiciones.

Mi madre jugaba y frecuentaba el museo de Julio Romero de Torres pues era amiga de las hermanas de este, dada la cercanía con su casa, y porque también ellos, la familia Romero Barros frecuentaba la taberna, donde tanto el vino como la comida era de excelente calidad según nos contaba mi madre.

Conoció y sufrió, la guerra “incivil”. A veces nos contaba anécdotas vividas, en la propia casa, que como he dicho antes era la Sociedad de Plateros, taberna muy concurrida por los vecinos de los alrededores, que en ella estaban tranquilamente tomándose un vino con los amigos, cuando de pronto entraban los fascistas y se llevaban a algunos hombres, ante el pánico de todos los presentes pues ya sabían, que al que se llevaban no volverían  verlo nunca más.

También recuerdo que nos contaba como ella y su padre escondían libros -que según el reciente régimen eran perniciosos-, en una cornisa que había en la azotea de la casa. La familia sufrieron muchas pérdidas de buenos amigos, que ningún mal habían hecho, solo pensar en libertad. ¡Qué gran crimen verdad?.

Mi madre fue una gran mujer en todos los sentidos, extraordinariamente fuerte, que supo afrontar los graves problemas de escasez en tiempos de la posguerra, con entereza y dignidad. Por desgracia los padres adoptivos, murieron  jóvenes, apenas mi madre llevaba un par de años de casada, en el intervalo de un mes, perdió a los dos -decían, que ella murió de amor- ellos que estaban en buena situación hubieran sido el sostén, y la fuerza, que a mi madre le faltó. Por segunda vez mi madre vivió la tragedia, y no solo en la perdida de sus dos seres más queridos, comprobó y sufrió, por primera vez la maldad y la ambición de la gente. La familia de los padres adoptivos, una vez muertos estos tan inesperadamente, y sin haber dejado testamento hecho, entraron a destajo en la casa y se quedaron con todo lo habido y por haber, ropas, joyas, muebles, todo el patrimonio, que de haber dejado testamento habrían dejado a la que consideraban su hija. Mi madre se quedo sin nada, cuando más lo necesitaba pues fueron tiempos duros.

Pese a los malos tragos por los que la vida la puso a prueba, tenía una entereza fuera de lo común. Jamás escuche a mi madre, quejarse de nada, y eso que pasaron bastantes apuros económicos, ni la escuche decir una palabra mal sonante,  ni criticar a nadie, tampoco era persona de recrearse en su desgracia, la aceptaba con la elegancia que le daba  la buena educación que había recibido.

El primer hijo que tuvo, fue otro duro golpe, pues la cría se asfixió antes de nacer y la hermosa niña nació muerta.  En aquella  época se paría en las casas, solo con la ayuda de la matrona, sin ninguno de  los modernos métodos de hoy día. Seguía la racha de mala suerte. Un año después nació mi hermano Antonio, al siguiente, tuvieron el segundo, otro varón al que le pusieron Rafael, cinco años más tarde nací yo,  y cinco después mi hermano el menor José. Pero me consta que entre medias hubo abortos, no sé si naturales o provocados. No eran años propicios para tener muchos hijos. Pese a que carecíamos de muchas cosas, tuvimos una infancia feliz.

Mi madre era una lectora empedernida, la recuerdo por las noches con la poca luz que daban aquellas primeras bombillas de luz mortecina, se quedaba leyendo hasta las tantas de la noche, el gusto por la lectura lo adquirió de sus padres que además tenían una buena biblioteca, después se tenía que conformar con lo que le prestaban.

El buen arte de la cocina lo adquirió de su madre, al igual que yo de la mía, al parecer la abuela era una excelente cocinera, -aunque no creo que lo fuera más que ella- no he conocido a nadie que guise también como lo hacia mi madre, ni siquiera yo que aprendí de ella. Mi madre hacia del plato más sencillo un verdadero manjar, las humildes verduras que algunas veces mi padre le traía del campo las convertía en algo suculento, por ejemplo unas “vinagreras” para el que no las conozca eran como las espinacas pero mucho mejores, yo siempre escuchaba decir que -eran mucho más finas-.  Las croquetas de carne o de pescada, las albóndigas de bacalao, las setas de álamo que mi padre le traía del campo, esas no las he vuelto a comer pero tengo su sabor grabado en la mente. Dios mío, dejare de mentar las comidas de mi madre porque se me está haciendo la boca agua y también porque la lista sería interminable.

Mi madre fue una mujer como he dicho al principio, muy inteligente, educada, sensata, prudente, poco habladora,  pero cuando tenía que decir algo lo decía tan bien que dejaba a todos con la boca abierta, recuerdo haber oído más de una vez decir a algún vecino -leche con Concha que bien sabe defenderse- también tenía un don especial con los números, sin necesidad de lápiz hacia cualquier cuenta mentalmente en unos segundos. Era muy difícil que alguien la engañara en las cuentas, los que vendían a cuenta por aquella época tenían la tendencia a escurrírsele el lápiz más de la cuenta, como la mayoría de la gente humilde, no sabían ni poco ni mucho, pues los tenderos sin escrúpulos abusaban de ellas poniendo números de más, pero con mi madre no podían ella les paraba los pies y les demostraba que la cuenta no era la correcta, teniendo que disculparse ante ella, a ese ya no se le ocurría tratar de engañarla nunca más.

Recuerdo que enfrente de mi casa vivía una prestamista o usurera “mujer que prestaba dinero” para pagar poco a poco, con un buen recargo -igual que los bancos-  en más de una ocasión mi madre tuvo que recurrir a ella, esta sabía muy bien que mi madre llevaba  las cuentas a la vez y que era imposible engañarla.

Años difíciles los que le toco vivir, y con qué dignidad los supo llevar en silencio, sin darle tres cuartos al pregonero, si tenía o no era su problema, salía adelante con lo que podía, pero un plato caliente siempre había, con unas simples patatas te chupabas los dedos, o con unas sopas de ajo, o de cebolla, comidas de pobres que al pasar por las manos de mi madre se convertían en manjares exquisitos.

La vida no fue, dadivosa con ella, muy al contrario, hasta le escatimo la salud, tanto, tanto, que murió aún joven, con los años que yo cumpliré en Marzo, sesenta y cuatro, y ni tan siquiera pudo disfrutar de la lectura en sus últimos años pues el “azúcar” la dejo casi ciega. Pienso en todo lo que se perdió, en la cantidad de cosas que ahora podría disfrutar, por ejemplo; para ella el tener toda una biblioteca a su disposición hubiera sido el no va más.

Cuando murió mi madre, tuve la sensación de no haber hecho por ella lo suficiente, sentí que debía de haberla mimado mucho más, no solo por ser mi madre sino porque la vida la trató mal, pero cuando te das cuenta ya es demasiado tarde. Seguramente es algo que nos pasa a todos al perder a los seres queridos, es el sentimiento de culpa que nos invade, aun a sabiendas de haberlo hecho bien  pensamos que no ha sido suficiente.

Los años me han hecho comprender la gran persona que fue mi madre en todos los sentidos, yo diría una heroína como muchas mujeres anónimas a las que la sociedad nunca les reconoce su valía y aporte a la comunidad. Valga pues, este humilde homenaje no solo a mi madre sino a todas aquellas mujeres que vivieron unos años de miseria en la guerra y posguerra, y supieron mantener a sus familias unidas contra viento y marea. De sus sufrimientos y sacrificios nadie habló, solo quedaron para ellas, entraba dentro de su intimidad, y murieron con ellos.

 Concha mi madre, fue una gran mujer.

Y para mí un verdadero orgullo ser su hija.