miércoles, 19 de enero de 2011

LEYENDA, FICCIÓN O HISTORIA DE UNA VENGANZA.

En la Córdoba medieval, se desarrollaron unos terribles  acontecimientos que corrieron como la pólvora, y perduraron en el tiempo llegando hasta nuestros días. 

Subiendo el arco del Portillo, llamado anteriormente de los Mercaderes, se encuentra la calle Cabezas. Actualmente, todavía se conservan algunas casas de esa época, casas solariegas del siglo xv con fachadas renacentistas, varias casas patio, de los siglos XVII y XIX, casas de dos plantas y grandes patios porticados con arcos de medio punto sobre  columnas  barrocas. La número tres es actualmente: La Casa Museo de Góngora, del siglo XVII, su portada es barroca, afortunadamente el Ayuntamiento la ha recuperado para el pueblo, donde se organizan exposiciones y algún que otro  acto social. La número 6 fue la casa de los condes de Zamora de Riofrío, pero la más importante es la de los Marqueses del Carpio, de fachada gótico mudéjar, el cuerpo más importante es su torreón que separaba la zona de la Ajarquia, pasada la fachada, la calle se estrecha, dando paso a una tapia por la que se dejan caer diferentes tipos de vegetación,  nos hace suponer que da al jardín, en el  interior del palacete, se encuentran restos Árabes y Romanos. Seguidamente dos callejas, una a cada lado, a la derecha, Doña Muña, de claro estilo medieval, por la izquierda, el horno de Guiral, al fondo haciendo esquina un deteriorado capitel árabe. Entre las casas 10 y 12 encontramos una estrecha calleja, de descarnados muros de ladrillo, y un escalonado suelo empedrado, llamada de Arquillos  también forma parte de la leyenda como veremos al final. En la actualidad una reja impide el paso.
  
Cuenta la leyenda que, en la casa de enfrente a la de los Marqueses del Carpio, vivió el muy noble don Gustioz Gonzales, viudo y padre de siete hijos, que pasaron a la historia como los Siete Infantes de Lara. La triste y truculenta historia, parece ser que comenzó, cuando los siete hermanos fueron invitados a la boda  de de su primo, don Ruy Velázquez con doña Lambra, una burgalesa de noble cuna. El acontecimiento de los esponsales lógicamente era en Burgos ciudad a la que se desplazaron los siete hermanos con el beneplácito y bendición de su buen padre. Partieron muy contentos, pese a la lejanía y las incomodidades del viaje, como podemos imaginar, ya que eran muchas yardas las que tuvieron que recorrer, haciendo noche en posadas, alguna que otra noche a la intemperie, y en el mejor de los casos en alguna hospedería, dependiendo de los caminos. Dada su juventud en ningún momento su ánimo decayó, para ellos aquello era una aventura que les había brindado la providencia.

Ya en Burgos, contentos por haber llegado sin contratiempos disfrutando de la familia, y de la ciudad, que bullía, con un trasiego importante de gentes de todo tipo y rango, tenderetes de comidas, y de artesanía de la época, los juglares y trovadores, cantaban o recitaban a cambio de comida o ropa, acróbatas y demás personajes de la farándula tratando de ganarse el sustento. La demás población se componía, de los nobles, del clero, y de los campesinos, que trabajaban de sol a sol para su señores, las diferencias sociales eran tremendas. Aunque siempre han existido y lamentablemente existirán. Pero el Medievo fue especialmente duro para el pueblo llano.  Diese la circunstancia, que dentro de las celebraciones, se desarrollaba un torneo o justa en el que podían participar todo el que quisiera, principalmente los más jóvenes, uno de los infantes, el más joven decidió probar suerte, sin llegar a sospechar que aquel juego le traería a él y a sus hermanos dramáticas consecuencias. 

Llegado el día del esperado torneo, ignorantes de lo que el destino les tenía reservado, estaban los hermanos contentos, disfrutando de los festejos como jóvenes que eran, con ganas de reír y disfrutar, coqueteando con las jóvenes del lugar, estaban eufóricos por el hecho de haber aceptado la invitación de su primo don Ruy y de poder participar en tantos eventos.

Ataviados para la ocasión con sus mejores galas, habían cambiado sus rudimentarias ropas del viaje como los “zaragüelles” – o pantalones anchos-,  la “aljuba” – o túnica corta y ajustada-, por otras similares pero de telas más costosas, como el terciopelo, o la seda, y cambiando la túnica corta por una larga, llamada “talares” – por llegar esta hasta los talones-, tocando sus cabezas con sombreros cilíndricos o birretes, menos el pequeño de los Lara que iba vestido como para una guerra, con las clásicas cotas de malla, túnica de lana, coraza,  yelmo de hierro, escudo, cinturón, espada y lanza. 

Las gradas, que para tales ocasiones se levantaban, de cómodos asientos decorados con lujosos ropajes y guirnaldas de flores, y como no, sus buenos toldos para cubrirse del sol, todo eso, era solo para los nobles, claro está, el pueblo o la plebe estaban al otro lado soportando sus pies todo el peso de sus cuerpos, y respirando sus pulmones todo el polvo del enfrentamiento. Los torneos o justas eran muy comunes en tiempos de paz, pues los caballeros necesitaban exhibir sus habilidades guerreras, y los torneos les proporcionaban la oportunidad de lucirse, podía más su vanidad que el miedo al riesgo que sabían entrañaba la contienda, pues no eran raros los accidentes graves e incluso de muerte en numerosas ocasiones. Los torneos como cualquier juego, también tenían muchas reglas, utilizaban armas llamadas “corteses”, que habían sido modificadas,  lanzas sin punta, espadas romas, con el fin evitar dentro de lo posible que hubiese más muertes de lo debido, pues ya en si era demasiado peligrosa la fuerza de la confrontación. Los caballos también iban protegidos, gualdrapa de tela, unas placas de hierro que cubrían la cabeza, el cuello y el cuerpo, dejando las patas libres para su mejor movimiento, en la pechera lucían los emblemas heráldicos de los nobles.

Comenzado el tan esperado torneo, la exaltación del público iba en aumento, aclamando y aplaudiendo con gran alboroto a los que lograban derribar a su oponente. Por lógica, el ganador salía orgulloso de su suerte, y se vanagloriaba de su destreza y valentía, por el contrario, el perdedor, humillado, dolorido, herido, sobretodo en su amor propio, y en el peor de los casos, algunos no vivían para contarlo. Cuando le llego el turno al menor de los Lara, tuvo la mala suerte, de tocarle de oponente un primo de la novia muy querido y respetado en toda la ciudad, por su valentía y su destreza en esos trances, de los que siempre salía victorioso, con lo cual no estaba acostumbrado a perder. El enfrentamiento fue largo y emocionante, el público lógicamente se decantaba por su conciudadano, aunque había mucha gente que rápidamente sintió gran simpatía por el joven y valiente forastero, se hacían numerosas apuestas, la tensión iba en aumento, nadie había vencido nunca al orgulloso burgalés, pero la fuerza y valentía unido a su juventud, hizo que el joven acabara derribando a su oponente y veterano en esas lides. 

El caballero se sintió  humillado, por haber sido destronado delante de todos sus admiradores, y su vanidad quedo tan resentida, que juro vengarse de alguna manera, en realidad toda la familia de la novia estaba muy ofendida, hasta el punto que los hermanos ya no eran bien recibidos, tanto que estos decidieron volver a su Córdoba muy tristes por lo acontecido, y pensando cuan injustos habían sido con ellos, incluso su primo, que tomo partida por la familia de su ya mujer, tanto que fue  él quien fraguo la venganza, seguramente no llego a calcular las consecuencias de sus malas artes.

En aquella época reinaba en Córdoba Almanzor. Pasaron unos cuantos meses, Ruiz Velázquez pensó que era el momento de vengar a la familia de su mujer, urdió una trampa de funestas consecuencias, con un emisario mando a su tío un pliego serrado con el ruego de que debía entregárselo en mano al mismísimo regente Almanzor. El bueno y confiado de don Gonzalo, que no sabía nada de lo ocurrido en Burgos, pues sus hijos por no apenarlo, nada le contaron, por lógica no podía sospechar que aquello era una vil trampa, que cambiaria el rumbo de sus vidas. El buen hombre pidió audiencia y se presentó el día señalado ante el rey entregando el correo a Almanzor, éste al leerlo, estallo en ira, aquel correo estaba lleno de infames calumnias dirigidas al regente, e instaba a matar al mensajero, Almanzor inmediatamente mando encerrar a don Gustioz en una torre, y lo mantuvo incomunicado hasta que se aclarara el turbio asunto, pues había cosas que no le cuadraban.

Enterados  los infantes del secuestro de su padre, al que ya creían muerto según los rumores que hasta ellos llegaban, quisieron vengarlo, alertado Almanzor, de las intenciones de los infantes, y sabiendo donde se encontraban, mando a su guardia para apresarlos, hubo un duro enfrentamiento en el que desgraciadamente murieron los hermanos, les cortaron las cabezas y las clavaron en siete picas como señal de triunfo. Entrando en la ciudad con tan macabros estandartes.

Desde la torre, don Gustioz oyó un gran griterío, se asomo  a la ventana  y distinguió a lo lejos un cortejo que se acercaba, teniéndolo ya cercano, un grito horrorizado salió de su garganta al reconocer las cabezas de sus siete hijos.

Don Gustioz quedo tan tremendamente abatido, que hasta el propio Almanzor sintió tanta  pena de él, que mandó que lo bajasen a unos aposentos dignos  como le correspondía por nobleza. Pasaron unos años antes de que se recuperara de su gran pérdida, una hermana de Almanzor que sintiendo pena de él pasaba muchas horas en su compañía, comprendió  que ese buen hombre había sido víctima de una cruel venganza, con el paso del tiempo se enamoraron, tuvieron un hijo que llamaron Mudarra, cuando se hizo hombre y conoció la triste historia de su padre, quiso vengar a su padre y hermanos, busco y encontró al miserable Ruy Velásquez, mato a este y a su esposa, dando fin a la venganza.

También se cuenta, que en la calleja Arquillos estuvieron colgadas las cabezas de los infantes durante mucho tiempo.

Esta, es una de las varias versiones que de la misma historia hay, ¿cuanto puede haber de verdad,  cuánto de mentira? nadie lo sabe, todos sabemos que la historia varía según quien la escriba, lo cierto es que a lo largo de siglos la leyenda ha ido pasando de padres a hijos, y que las calles de Córdoba donde supuestamente ocurrieron parte de los hechos, son las mismas, por donde hoy nosotros nos paseamos. Esta zona nos trasporta a aquella época de oscurantismo y miseria. Creo que lo único bueno que dejaron, fue un  importante patrimonio. 

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