miércoles, 8 de noviembre de 2006

QUE SUERTE HE TENIDO

Cuando empieza a fallarte la memoria, te das cuenta que irremisiblemente y agazapada en el transcurrir de los días va llegando la vejez, poco a poco, sin que nos demos cuenta. Cuando esto pasa, cuando los pequeños olvidos -que afortunadamente son aún pocos-, se suceden, pienso lo fácil que hubiera sido  escribir un diario con lo más significativo que nos iba pasando en el día a día de nuestra vida. Por ello cuando llegan a mis manos las bases del Concurso o Premio Literario, Córdoba Patrimonio de la Humanidad, para mayores de 50 años, sobre Córdoba y nuestras vivencias, pensé ¿Qué idea más hermosa? Todos sabemos que lo que queda escrito no se pierde, por ello sin pensármelo dos veces me he puesto a escribir, sin haberlo hecho nunca por supuesto, sin ninguna pretensión. Soy consciente de mis carencias y limitaciones, pero eso no me importa, sólo quiero contribuir con mi granito de arena a una idea que me parece estupenda y deseo que tenga muchísima participación y calidad literaria, yo estaré encantada de ser el farolillo rojo.

Nací y me crié en la calle Mucho Trigo. A mi casa la llamaban la casa del tinte, porque mi padre era tintorero, no recuerdo exactamente que edad tendría yo pero debía ser muy pequeña, no obstante aún tengo grabadas aquellas imágenes, de mi padre entre los calderos enormes, llenos de agua hirviendo, donde diluía los tintes. Y aquella humareda impregnada de un fuerte olor, no desagradable, que desprendían los pigmentos de los tintes. El proceso era muy laborioso y pesado. Mi padre tuvo que dejarlo, aún teniendo muy buena clientela, debido al encarecimiento de los materiales. Aquello quedó grabado en mi mente, quizás por lo inusual, porque en las demás casas aquello no existía, allí llevaba a mis amigas a ver el espectáculo. 

Mi casa era de grandes patios llenos de flores, que en abril y mayo abríamos las enormes puertas para que todo el mundo que pasara por la calle los disfrutara, algunos entraban y los extranjeros sacaban fotos. Era todo un espectáculo de luz  y color. En esa casa no había agua corriente, pero eso sí, como en toda casa que se preciaba en aquella época, tenía un hermoso pozo de agua fresquísima que la usábamos, además de para refrescarnos en verano, para todas la tareas propias de la casa, limpieza, aseo, y para guisar, pero teníamos el inconveniente de que para beber había que ir a la fuente que había en mi misma calle, al lado de lo que se llamaba la Gota de Leche, que si mal no recuerdo era una guardería para niños necesitados, hoy la actual Escuela Infantil. 

También íbamos, en verano, en las calurosas noches después de cenar, a tomar el fresco, bueno es un decir, a la fuente de la ribera con cántaros y botijos. El paseo era de lo más agradable, y la fuente con su gran chorro de agua, fresquísima, hacia las delicias de grandes y chicos. Si a todo esto, le añadimos las conversaciones de mayores y las risas y juegos de los que éramos unos críos, nos podemos hacer una idea. A ambos lados de la carretera había grandes árboles, que durante el día daban una gran sombra, agradable a la par que necesaria en los calurosos veranos de Córdoba. Ahora me doy cuenta de lo privilegiada que he sido, por criarme y haber nacido en ese barrio de San Pedro, rodeada de ese inmenso patrimonio cultural. Cuando eres pequeña no sabes apreciar las cosas, pero estaba muy cerca de todo lo más importante de Córdoba, culturalmente hablando. 

Para hacernos una idea, partiendo de mi casa a la derecha a pocos metros y pasando por el Colegio Doña Rosario de Torres, que fue donde estuve desde los cinco a los once años, y del que tengo también muy buenos recuerdos, está la Iglesia de San Pedro, creo que de estilo fernandino y que anteriormente fue mezquita y templo visigodo, retrocedes un poco y estás en Santiago, templo de estilo gótico que también mandó edificar Fernando II sobre una mezquita, como tantas otras. En la misma calle está el Convento de Santa Cruz, donde se venera a Santa Gema, entre el convento y la iglesia está la calle el Viento, calleja estrecha que desemboca en la ribera, justo enfrente de la ermita dedicada a San Acisclo y Santa Victoria, patrones de Córdoba, y que actualmente está por restaurar. Al lado de la ermita, el Molino de Martos, lugar de baños veraniegos. 

Volviendo por la calle el Viento nos introducimos por los vericuetos de la calle Siete Revueltas, y salimos a la plaza de la Magdalena, con su hermosa iglesia del siglo XIII. Muy cerca la del Carmen, con algunos lienzos de Valdesleal. Seguimos en dirección a San Lorenzo, de la misma época de la anterior, lo más llamativo de su fachada es el rosetón de inspiración hispano musulmana. Continuamos hasta los Padres de Gracia, donde se encuentra la talla del Rescatado, al que los cordobeses tienen mucha fe, al lado está aún la muralla de la ciudad. Pero volvemos sobre nuestros pasos a San Lorenzo y por el llamado Arroyo de San Rafael está la Iglesia del Juramento, donde está la imagen de San Rafael, custodio de la ciudad. A poca distancia el Palacio de Viana, del siglo XIV y sus hermosos patios. No podemos olvidarnos de S. Agustín, que en la actualidad parece que va a ser restaurada. Cerca, Santa Marina con su capilla mudéjar, y dos Inmaculadas de Antonio del Castillo. 

Retrocedamos y nos encontramos con San Andrés, del siglo XIII, al su lado está la casa de los Villalones, de estilo renacentista al igual que la casa de los Luna, que se encuentra a su espalda, pero que los cordobeses la conocemos como la casa encantada, o el Palacio de Orive. Por su leyenda los niños corríamos al pasar por delante mirando de reojo por si se apagaba la vela. Seguimos hacia San Pablo, morada de la Virgen de las Angustias, talla de Juan de Mesa de 1627, año de su muerte. Frente el actual Ayuntamiento, a la derecha por la calle de Alfaros, la cuesta del Bailío, plaza de Capuchinos, Cristo de los Faroles, Iglesia de los Dolores, y el antiguo Hospital de San Jacinto. A muy pocos metros los jardines de la Merced con su monumental fuente central, y estanques rectangulares a los lados que hoy ya no existen. Hemos llegado lejos de mi casa, pero en tan corto circuito tenemos los cordobeses al alcance y goce de nuestra vista mucha más belleza de la que podemos digerir. 

Desde mi casa nuevamente salimos hacia el oeste, la Plaza del Potro, el Museo y casa de Julio Romero, el de Bellas Artes. La entrada al museo neogótica. Presidiendo la entrada a la plaza San Rafael, en uno de los muchos triunfos que decoran la ciudad, muy cerca la calle de la Feria, sinfonía de azahar en primavera, y la Iglesia de San Francisco, joya del barroco cordobés. Frente el arco del Portillo, por donde te adentras en un laberinto de callejuelas estrechas y casas antiguas, con bellas fachadas, callejas que te llevan a la Mezquita, ahí te quedas sin palabras para describirla, pero la verdad es que no se necesitan, creo que las cosas sublimes son para gozarlas personalmente y hay sensaciones indescriptibles. Patio de los Naranjos, otra explosión de los sentidos, luz, color, donde gusta sentarte un rato a la sombra y observar el ir y venir de gentes de todos los países. Calle de la Flores, del Pañuelo, plaza de la Concha, en el lado opuesto de la Mezquita el Hospital de San Sebastián, con una de las portadas más bellas de Córdoba, el palacio Episcopal, y otro Triunfo de San Rafael. El Alcázar, Caballerizas Reales y Torre de Belén, barrio del Alcázar Viejo, la cuesta de la Cárcel y el río, Molino de la Albolafia, el Arco del Puente y el Puente Romano.

Vuelta por la ribera, Cruz de Rastro, embarcadero y nuevamente mi casa. Ni que decir tiene que la compra la efectuaba mi madre en la Corredera, todavía recuerdo vagamente la antigua plaza del mercado y la posterior subterránea. Había también tiendas de ultramarinos, donde encontrabas de todo y además fiaban. Cosa muy común en esa época de pobreza.

No quiero terminar este breve relato, de algunos de mis queridos recuerdos, sin hablar de los cines de verano, de los que también guardo muy grata memoria. Íbamos mucho, y más por cercanía, al cine Andalucía en la plaza Vizconde de Miranda, también al Coliseo de San Andrés, afortunadamente es uno de los pocos que quedan. Este cine es un gran patio de vecinos rodeado de puertas, ventanas y balcones, y sobre todo de plantas, flores y naranjos. Es muy agradable, tiene un gran escenario y contaba mi padre que daban espectáculos flamencos, yo no los he conocido, y es una pena que no se utilice para ello, ya que sería bien acogido por los cordobeses en las noches de verano. 

Y hablando de verano y por consiguiente de calor, en esas noches insufribles que padecemos en Córdoba, se unían las familias, preparaban algunas viandas, lo que buenamente podían, que no eran muchas pero que nos sabían a gloria. Recuerdo especialmente el salmorejo que hacía mi tía Magdalena en el mortero de barro. Se sentaba en el patio y se ponía el mortero en la falda y majaba sin parar, hasta que la masa estaba tan trabada que se despegaba del mortero, quedándose éste completamente limpio. Si ya entonces me parecía exquisito, ahora se que no he comido uno igual ni en el mejor restaurante. No podían faltar unas buenas tortillas de patatas, o un buen picadillo. Con los botijos y las mantas viejas cruzábamos la ribera y llegábamos al arenal en aquellos años, allí había huertas, y mucha vegetación en la orilla del río, lo que hacía que se estuviera más fresco que en las casas. Soltábamos los bártulos y jugábamos, se comía y se bebía entre charlas y risas, y siempre había un valiente que se daba un chapuzón. A los niños nos permitían mojarnos nada más que las piernas en la orilla, porque decían que río era muy traicionero para los críos. Todo aquello era muy emocionante, algunas veces hasta nos amanecía.  En invierno era prácticamente lo mismo, los domingos de perol, la variante era la comida y el lugar, el arroz guisado como el típico perol cordobés, la candela hecha con leña, que los niños ayudábamos a coger, y por supuesto de increíble gusto y olor. El sitio, unas veces a Pedroches, la fuente de la Palomera o el cañito Bazán.

Voy acabando, no sin antes recomendar que practiquen el noble deporte de escribir sus recuerdos, pues acabo de descubrir que, a medida que iba forzando la memoria e ido recordando cosas que creía perdidas, por tanto me prometo a mi misma seguir escribiendo mis recuerdos antes de que se pierdan definitivamente.

miércoles, 1 de noviembre de 2006

PRÓLOGO

En el 2.006 llegan a mis manos las bases de un concurso literario, para mayores de 50 años, sobre Córdoba Patrimonio de la humanidad y sobre nuestras vivencias, y como en los tebeos se me encendió la bombilla, de pronto pensé que yo que me he criado en el casco antiguo rodeada del patrimonio histórico más extenso de la ciudad, podría intentarlo, total sólo eran tres páginas, pero yo no escribía desde; sabe dios. Lo conseguí, el titulo. Qué suerte he tenido. El primer relato corto, de mi vida, en el explico, que no tenía ninguna pretensión, “fueran a creerse”, pero sin embargo, me dieron un tercer premio. Sinceramente el premio me daba igual, fue más importante para mí descubrir el placer por la escritura, como en su momento me paso con el de la lectura. Desde entonces no he dejado de practicar ambos.